T odavía me asombro cuando veo, compruebo y palpo la decisión de tantas mujeres que desisten en aquello de ser las que son; tremendo dilema porque en realidad están atentado contra la propia naturaleza y, a mi entender, no es nada saludable dicha actitud. Yo soy la que soy y, para colmo, hasta le doy gracias a Dios por ser la que soy; tampoco pedí nunca nada más que no fuera disfrutar de mi propia identidad. ¿Cambiar el físico mediante la cirugía estética? Eso es una locura de la que jamás participaré; ni aunque tuviera toda la plata del mundo para ello. La peor desdicha para una mujer no será otra que dejar de amarse a sí misma; incluso para cualquier hombre. 
Y soy la que lava, plancha, estudia, escribe, cocina, enseña, aprende……Lo que se dice un ser humano normal y corriente, pero feliz de mi vida, de mis gentes, de mis amigos, de mi existencia al completo. ¿A qué aspiro? A todo; pero igualmente, a nada. A todo lo que esté al alcance de mi mano y a nada que no me pertenezca. Si me satisface saberme la dueña de mi vida, la única persona a la que debo de rendirle cuentas, más a Dios, por supuesto.
Ahora, para mi suerte, hasta tengo esta tribuna en la que Luís, un buen día de la vida, le cupo la gentileza por invitarme para que narrara mis humildes ilusiones; para que contara las vivencias de mi alma, como hacemos todos; para que formara parte de esta Amorosa Fraternidad de la que todos somos partícipes y, sin duda, tan felices. Muy pocos de los que formamos el equipo somos narradores profesionales; pero sí somos todos enamorados de la bella filosofía de Cabral que nos unió como una piña indisoluble en el mundo.
Soy yo misma, la que aprendí a ser feliz en soledad, la que desea la paz y armonía para con todo el mundo, la que aspira a ser feliz, la que comprende, perdona, sufre, ama, responde y siente la empatía propia de toda persona de bien junto a sus semejantes. Y no quiero cambiar, ni en mi físico ni en mi alma. Si mi madre me trajo al mundo tal como soy de este modo soy feliz, ¿para qué cambiar en lo más mínimo? 
Reconozco que, tras tantos años de soledad, ésta me forjó para ser la mujer fuerte que la vida me enseñó a ser como lección impenitente. Al final, es todo un orgullo el que puedo sentir. Si te haces fuerte puedes doblarte como el junco, pero jamás te romperás como una caña. Tras mi tránsito por la vida, ésta me enseñó bellísimas lecciones; ante todo, a vivir con lo que tengo y no sentir anhelos de nada que no me corresponda. Lo que tengo lo gané y, para mi dicha, hasta lo compartí. Como digo, amigos, me cabe el orgullo de ser yo misma, sin ambiciones, sin pretextos absurdos y sí con las convicciones necesarias para seguir caminando por la vida. Como diría Cabral, soy la que soy, porque sí, porque me lo dicta el corazón. ¿Se puede pedir más? |