L os venezolanos podemos carecer de muchas cosas, desde la justicia social, hasta la pérdida de ilusiones que hemos dejado en el camino por diferentes motivos en la dura travesía que es la vida. Ante todo esto, nada podemos hacer. Somos regidos por un sistema, como en cualquier parte del mundo, y solo nos queda ser espectadores de todo cuanto sucede a nuestro alrededor. Ellos, los considerados actores, sabrán lo que hacen. 
Fijémonos que, las carencias que sufrimos por parte de nuestros homónimos que nos rigen, es Dios es que nos las recompensa todas, pero a manos llenas. Nos podrá abandonar todo el mundo, pero la naturaleza, a diario, confabula con nosotros para que, como hoy, sintamos la belleza de ver llover. Llueve sobre mi piel y, nada es más cierto. Me encanta ver llover y, como diría Facundo Cabral, me alegra porque me despierta. Gracias a la lluvia no hay letargos en mi alma. No existe espectáculo más bello en mi vida que, desde mi ventana, tras el cristal, ver cómo la lluvia cae mansamente desde el cielo.
Como dije, al respecto de que en Venezuela estamos bendecidos por Dios, la lluvia cae dulcemente sobre nuestras calles y, como me ha sucedido en este día, sobre mi piel. Son muchísimos días al cabo del año que la madre naturaleza nos obsequia con este manjar llamado lluvia que, para mayor dicha, hasta cae con letargo, sin afanes ni derroches inútiles como ha pasado en tantos puntos del planeta. Si pretendíamos sentirnos bendecidos, aquí lo hemos logrado al respecto.
Llueve para que se alimenten las plantas, para que nazcan nuevos acuíferos, para que se humedezca la tierra que nos tiene que alimentar con todo lo que ésta nos aporta; llueve para que desaparezcan las plagas ocasionadas por la polución de tantos vehículos como circulan cada día; llueve para que todos sintamos, la lluvia, como las lágrimas de Dios que es capaz de derramarlas a sabiendas de lo mucho que nos ayuda con la lluvia del cielo. Dios, solamente él, con sus lágrimas a modo de lluvia podía darnos esa felicidad tan bella que nos aporta la bellísima circunstancia del agua caída desde el cielo. 
Quiero ver llover porque de este modo vuelvo a nacer. Mientras el agua me moja, mi alma no se enoja. Bendita sea siempre la lluvia que moja mi ser en cada amanecer. Danos Señor la lluvia como ilusión, sin duda, la mejor bendición. Quiero amarte lloviendo y, a su vez, riendo. Permito que la lluvia caiga sobre mi piel, el antídoto de toda hiel. La lluvia, como estandarte es la más grande manifestación del arte. No puedo secarme tras haber llovido, no sin antes volver a mi nido. Si esperamos la lluvia con emoción, ésta nos llegará con devoción. Si la lluvia son las lágrimas de Dios, igual tú, como yo podremos certificar que somos dos.
Como dije, hoy llueve sobre mi piel, por eso me voy con él, el Dios que todo lo puede, algo que hago adrede. |