E l pasado mes de mayo, tras completar las últimas etapas del Camino Francés, tuve la oportunidad de pasar dos maravillosos días recorriendo esa joya que es Santiago de Compostela. Tras el esfuerzo de los kilómetros recorridos, lo normal es recoger la acreditativa “compostela”, asistir a la Misa del Peregrino en la Catedral, almorzar y reemprender viaje de vuelta. Como nuestro grupo continuaba hasta Finisterre, este año queríamos conocer Santiago en profundidad, en especial su parte antigua, declarada en 1985 bien cultural y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. 
Había previsto contar la travesía en este número de agosto, ajeno entonces a la tragedia del pasado 24 de Julio, por el descarrilamiento en Angrois, a las afueras de Santiago, del tren Madrid-Ferrol. A pesar de las llamas y explosiones, los vecinos, decidida e inmediatamente sacaron a muchas víctimas de los destrozados vagones y atendieron a los heridos. Solidarios y comprometidos, no sólo ayudaron a los profesionales de los servicios de emergencias, sobre todo, con su actuación realizaron un sublime ejercicio de humanidad y atención al necesitado. Desde www.change.org acertadamente los han propuesto para el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia 2014.
Dedicamos la tarde de nuestra llegada a visitar “A cidade da cultura”, localizada en el cercano monte Gaiás. El singular diseño de Peter Eisenman, en perfecta sintonía con el entorno, ganó en 1999 el concurso internacional de arquitectura convocado. Evocando una vieira o concha, símbolo tradicional compostelano, abarca 141.800 m2 de superficie. En principio albergaría seis edificios, pero posteriormente se redujo al Museo de Historia de Galicia y la Casa Mundo, en la ladera occidental; Biblioteca y Hemeroteca; el Escenario Obradoiro (originariamente Teatro de la Música) y; el edificio de Servicios Centrales, en la ladera más firme del complejo. Las Torres de John Hedjuk completan un conjunto rodeado por 25.000 m2 de bosque y cinco viales de acceso. En marzo de 2013, enterrando millones de euros de imposible recuperación, se paralizó definitivamente un proyecto que trataba de reunir patrimonio y conocimiento.
Al día siguiente visitamos el complejo de la catedral compostelana. Lo primero fue la Misa del Peregrino. Paco, uno de los cuatro del grupo, realizó la primera lectura. El abrazo al darnos la Paz tuvo el profundo significado emocional de los que llevan muchos kilómetros de amistad compartida, esfuerzos y cansancios superados. “Homo homini sacra res” dijo Séneca, “cosa sagrada es el hombre para el hombre”. Mucho más en este impresionante edificio de planta de cruz latina, con sus tres naves de cien metros de longitud. Por su crucero de setenta metros se desplaza el botafumeiro esparciendo el purificador incienso por los ocho mil m2 del recinto. La altura máxima alcanza los veintidós metros en la bóveda del crucero, enmarcada por los vitrales policromados.
En el museo catedralicio se encuentran restos remotos del templo: el pequeño mausoleo romano del siglo I que contuvo los restos del Apóstol, decapitado en Palestina (año 44 d.C) y trasladado por mar hasta las costas del “finis terrae”; capilla de piedra y barro donde se establecieron los primeros pobladores custodios de las reliquias; iglesia visigótica destruida por el caudillo musulmán Almanzor en 997; su reconstrucción prerrománica en 1003 y; del cuarto edificio sagrado sobre el antiguo sepulcro: la catedral románica, ordenada construir por el rey leonés Alfonso VI y el obispo Gelmírez en 1075. Por ella pasaron los mejores constructores del Románico hasta llegar al Maestro Mateo, autor de la cripta, varias naves, torres defensivas y del Pórtico de la Gloria. En reducidos grupos se puede acceder a los andamios instalados para reparar este deteriorado conjunto. Una guía nos instruyó sobre esta representación iconográfica del Apocalipsis de San Juan y del Antiguo Testamento, con el sonriente profeta Daniel. Gruesos pilares sostienen sus tres arcos de medio punto. En el arco central está el Pantocrátor, imagen de Cristo en Majestad, dividido por el parteluz, con la figura de Santiago Apóstol con pergamino y bastón de peregrino. Al pie de esta columna central, mirando al altar mayor, está la figura arrodillada del propio Maestro Mateo, conocida como «Santo dos croques», por la antigua tradición estudiantil de golpearla con la cabeza para recibir sabiduría, tradición asumida por los peregrinos. La visita se complementa con el acceso a los tejados de la Catedral donde contemplar la ciudad.
La mayor revolución estética llegaría al templo en tiempos del Barroco. En 1660 se transformaron el altar mayor y la cúpula. Un siglo después, alcanza su mayor esplendor con la culminación de la estampa más icónica de la catedral: la fachada del Obradoiro. El Barroco saltó del reciento a las plazas, a los monasterios y a las casas nobles, para convertir a Compostela en ciudad barroca por excelencia, hasta la lluvia aquí es barroca.
En sus miles de años de historia como centro espiritual, el templo ha sido escenario de toda clase de episodios, sacros y mundanos: coronación de los reyes de Galicia en la Edad Media; cuartel napoleónico durante la Guerra de Independencia; linchamientos y esplendor religioso; donaciones y expolios; embellecimiento y ataques incendiarios; solemnes ofrendas y, sobre todo, incesantes peregrinaciones hacia la tumba del Apóstol. Pero nosotros, este año, paseábamos por Santiago camino a Finisterre.
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