E rik, representó en mi vida una etapa, y marcó mi vida de inocencia adolescente. Hace cuatro años que no sé nada de él, y la última vez que lo vi, fue en la Preparatoria en una oficina intentando obtener algún certificado. Hoy ignoro su paradero, no sé donde está. No sé si quiero saber donde está. Quizás él no recuerde ni mi nombre, y yo sin embargo un día lo quise con la ternura especial que se puede tener a los 14 años.
Erik y yo nunca cruzamos una palabra durante los cuatro años que estuvimos juntos. Nunca pude atreverme a mirarlo a los ojos y decirle que sentía algo especial por él. Por lo tanto nuestra historia, no tuvo un final feliz. Más sin embargo, quien haya “amado” a los catorce o quince años, quizás sepa lo que estoy tratando de escribir.
Vigil llegó un día a mi clase de Álgebra a rogar a la maestra su pase a Geometría. Tonterías de niños, el preocuparse por una nota, como siempre. El mundo no tenía sentido más que lo que quedaba plasmado en una hoja de papel. Cuando lo vi, inmediatamente me sentí atraída hacia él. Como no, si sus mejillas sonrojadas, sus largas pestañas castañas, su figura esbelta y su sonrisa de anuncio de pasta de dientes, me dejaron difuminada en el espacio. Él no era guapo, era o es bonito. Tiene unas facciones finas como de mujer, pero en él se veían hermosas. El muchacho en ese entonces tenía 16 dulces y tiernos años, yo catorce.
En mi escuela, se me hacía imposible poder acercarme a él. Muy difícil resultaba la hazaña, pero mi audacia me pedía intentarlo. En esa época yo era una criatura rara, mitad niña, mitad mujer. Con un cuerpo que quería nacer y otra parte que con todo y “brackets” se resistía a la transformación. Además estaba adornada por unos lentes asquerosos en tonalidad azul bajito que me hacían ver un desastre. Yo era definitivamente un “mounstrito”. Pero aún así, me atrevía a conquistar el imposible, y le escribí una carta que mas o menos, según recuerdo iba asi:
“Querido Erik, Desde que te vi la primera vez, quedé enamorada de ti. Eres como un muñeco de porcelana y yo te observo a través de una vitrina. Eres un sueño imposible, una fantasía de chico hecha realidad. Te adoro. Tu admiradora Secreta”.
Según mis cálculos él nunca descubriría mi identidad, o si lo hiciera seguramente quedaría rendido ante mis líneas cursis de amor. Nefasto error, para las 12 de la tarde de ese mismo día, TODA LA ESCUELA, sabía que yo amaba a Vigil.
Para un adolescente, la experiencia puede ser traumática. Tenía que soportar burlas, críticas y bromas de mal gusto todo el tiempo. Mi autoestima se vino por los suelos, me sentía peor que un bicho sin sangre, seco y asoleado.
Cuando lo veía, inmediatamente me echaba a correr, me daba una vergüenza enorme y la mayoría del receso de los chicos, me la pasaba en la biblioteca. Temía el día que me encontrará con él en el pasillo, huía por mi vida en esa escuela pintada de rojo y gris.
Sin embargo, la historia dio un giro interesante en 1992. En ese año, deje los lentes detrás, mi cuerpo se moldeo de acuerdo a lo que un día iba a llegar a ser – una mujer de pies a cabeza. Ese día, Erik Vigil me vio con ojos diferentes, y secretamente estoy segura que se sentía atraído por mí.
Ahí comienzan mis recuerdos dulces con Vigil. La coquetería absurda, la emoción de encontrarlo estudiando en los pasillos, sus sonrisas hermosas que me regalaba por las ventanas de mi aula. A veces me espiaba cuando yo abría mi casillero para meter o sacar papeles. O en ocasiones se metía a mi salón alegando que lo habían “mandado” y realmente nadie lo había hecho. Inclusive una vez, en un examen final, tocó la puerta de mi salón de vidrio, me sonrió y como rancherito de cuento salió corriendo.
Todo esto, no creo que haya sido producto de mi imaginación, realmente había algo. Aunque ninguno de los dos jamás se hubiera atrevido a decir nada. Y si realmente no hubo nada, en mi mente, lo idealice tanto que llegue a adorar cualquier detalle que lo relacionaba inmediatamente conmigo.
De esto hace ya casi seis años. Ahora que lo reflexiono me entra una nostalgia enorme por los días en que la vida era fácil. Mi preocupación era la escuela, estudiar y quizás portarme bien. Me llenaba una sonrisa a través de la ventana....ahora no me llena ni una noche solitaria compartida con la persona que amo. Me emocionaba con el sólo chocar de nuestras miradas....y ahora pretendo estar mirándolo todo el día. Antes me llenaba una suposición...” a lo mejor me quiere”....y un día seguramente me lo dirá. Ahora, si no me lo dicen a los tres minutos me desespero y me enfado.
Que dura es la vida a veces, que cruel. Quizás Erik Vigil nunca vea esta carta. Quizás alguien le diga mañana mismo y se entere. Quizás el viva en Orlando y esté casado y tenga veinte hijos. Quizás se encuentre en la misma ciudad donde escribo esto. Quizás no sepa mi nombre, o quizás nunca lo haya olvidado.
Quizás yo pude haber sido feliz....y no tuve el valor suficiente para intentarlo. A lo mejor, ahora, lo veo todo complicado y raro, cuando las cosas son sencillas. Lo que si puedo asegurar sin duda alguna, es que los días en que lo quise, fui completamente feliz con el simple olor de su cuerpo, con sólo mirarlo tres segundos mientras entraba a un salón. Que fácil era ser feliz en ese entonces. ¿O es que acaso también lo es ahora? |