D efender la alegría como un principio/defenderla del pasmo y las pesadillas/de los neutrales y de los neutrones/de las dulces infamias y los graves diagnósticos…”.
Mario Benedetti escribía así hace casi 30 años. Se me antoja como una de las mejores proclamas para una asociación de mujeres empresarias que el pasado día 15 me invitaron a un desayuno de trabajo. Ser mujer y empresaria es una de esas circunstancias que se dan en la actualidad en este país desde hace ya algunas décadas y cada vez ha ido en avance, pero, realmente, hace algunas generaciones atrás era algo absolutamente impensable, cuando, entre otras cosas, para poder tener registrada firma en un banco era necesaria la tutoría de “un varón”, fuera padre o esposo.
La Constitución Española, en su art. 14 del capítulo segundo: Derechos y Libertades, “garantiza” la igualdad sin discriminación alguna por razón de sexo, entre otras, pero son muchos los campos en los que esto sigue siendo una utopía: mercado laboral con discriminaciones salariales, selección de personal para algunas empresas, instituciones religiosas…
Pero son aún peores las discriminaciones “auto-impuestas” por las propias mujeres en el desarrollo de su vida cotidiana, con funciones que se han ido asumiendo como propias, quise decir, como obligatorias, con lo que “el trabajo” mudó de un derecho a un aumento de las “obligaciones”. Se sumaron a las “de casa”, las de “fuera de casa”, sin que en este interior se compensaran. De manera que si, a pesar de todo, consiguen “mantener la alegría”, el futuro parece mucho más esperanzador…
Tener un país que se consolida gracias a las mujeres empresarias es todo un lujo, ganado a pulso, claro…, pero un lujo para esta sociedad que algunos pretenden como tóxica, cuando en realidad es el alimento de cada día. |