E n tiempos donde se percibe cierta continuidad de convulsión en disímiles esferas e intensidades, quizás sea útil no embriagarse con la idea de un mundo invertido en un literal mañana, o en un más literal aún, año que viene. Sobre todo cuando la responsabilidad de tal inversión, no depende solo del “mundo”, sino mas bien de los interesados en tal desbarajuste superador. Por lo que si, en este devenir se hace importante cualquier ejercicio de conciencia y de acción transformadora tanto a nivel interno como externo, sin tomar en absoluto como imposible, el fluir conjunto de dichos caminos. Es más y si cabe lugar para ello, con la imperiosa necesidad de que de esta manera sea el recorrido. Como si la respuesta al problema, no estuviera implícita en el. Como si las dualidades no se salvaran en la integridad. Como si el problema de todos, de nuestro mundo, no fuera el hombre. Como si no fuera el hombre, el que puede salvarse y salvaguardar su todo.
Este tiempo necesariamente convulsivo, no pide ilusiones ni desidia, ni misticismo (en cualquiera de sus variantes) ni indiferencia. Hay un proceso iniciado desde hace un tiempo ya y que no pronto terminará, que puede verse como disociado para el disociado, pero que comprende un camino conjunto entre lo de afuera y lo de adentro, entre la construcción y la conexión. Repartir de nuevo y volver a la fuente. Que alcance para todos y que todos seamos uno. Que los aparatos nos sirvan simplemente de algo y que escuchemos la voz del silencio. Que no haga falta ganar, sino más bien conocerse. Que no haga falta siempre llegar, mas siempre disfrutar del viaje. 
Entre proyecciones y concreciones, buscar espejarnos en este sendero tentativo de integridad, como en tantos otros posibles, y mencionar dicha búsqueda, lejos de ser una mera pretensión de ejercicio de “voluntad de poder”, es mas bien un reflejo mas de algo que intermitentemente se hace visible y que pareciera es un efecto que también traen estos tiempos de ruptura. Esa ilusoria necesidad permanente de buscar y mas preferentemente en estos momentos de encontrar, ídolos y héroes. Ya no solo dioses castigadores pero celestiales encargados tanto de nuestras victorias como derrotas, sino ya dioses terrenales con los mismos atributos y el mismo poder sobre nuestras vidas. Ya sea en el arte, la política o la religión, en estos cismas de la historia, existen quienes deciden relegar su porción de protagonismo afuera y su total protagonismo adentro, a la voluntad de un “héroe-heroína” de los que casi se desconocen ausencias en estos momentos, salvo por supuesto para quienes así no lo disponen al decidir disponer de sus posibilidades, sin la necesidad de un paraguas anti-error, entendiendo que sin error no habría viaje posible, al menos en esta ruta. 
A los avanzados que ya no creen en ese dios que suministra la dosis de masoquismo, se les brinda la posibilidad de colocar todas sus expectativas en ”algo” que ya no es invisible ni poco cool: el “héroe-heroína”. Pero como si la cuestión de la visibilidad solucionara algo, se comienza por adorar la imagen (personalmente a veces y colectivamente otras tantas) fabricada y plastificada de alguien vivo, mortal y con las mismas posibilidades de error que cualquier otro. Cierto es que muchos/as de estos/as sobresalen en algún ámbito y demuestran ser dignos receptáculos de genuinos sentimientos y de algún lugar en la historia. Y es hermoso que estos seres existan, embelleciendo nuestras vidas o inyectando vida, cuando creemos no tenerla. El problema es cuando los convertimos en eso, en imágenes plastificadas y exaltadas que responden a la creencia en esas aptitudes extraordinarias (que ya reconocimos tienen estas personas convertidas en “héroes”), en detrimento de la creencia en nuestras propias aptitudes, como si tal procedimiento fuera una regla. Y así comienza el proceso de conversión de estos seres humanos talentoso en semi-dioses, en dioses terrenales incuestionables, a los que solo se contempla venerarlos y de los que entendemos sale la necesidad de condenar a todo hereje que ose si quiera una humorada al respecto de tal “ser”. Y empezamos a no advertir nuestra nueva religiosidad; es cierto, no ya los aciertos y los errores y sus consecuentes castigos desde los cielos, sino aquí, en la tierra, eso mismo pero aquí; y aunque podrán decir que solo puede verse en el escenario, en la casa de gobierno o en el templo y que nunca podrá concretarse un cita, al menos es visible, puede verse y puede plastificarse su imagen, que ya sabemos vale mas que todo, que ya sabemos basta para ser el nuevo dios.
Que esto no atente contra el reconocimiento, el goce y el apoyo que seguramente van a merecer y recibir de nuestra parte muchos seres exquisitos, y que también podrá ser el apoyo y disfrute de nosotros hacia nosotros mismos en tanto reflejo de uno en otro, en tanto emoción nuestra espejada estéticamente en el artista; en tanto problema nuestro resuelto con ayuda de un alma sabia y generosa; etc. Pero no convertir a dichos seres en dioses incuestionables al punto de auto suprimirnos de nuestro horizonte de acción, puede ser saludable en tiempos atención y plenitud; en tiempos de cambios profundos; en todo tiempo, tal como si éste no fuera otra ilusión con respecto a esto de las cosas no accesorias. |