M e levanté temprano aquella mañana. Me vestí con sumo cuidado, arreglé el peinado como sabía que a él le gustaba, di un toque de rosa en los labios y salí de casa. Atravesé el jardín húmedo todavía por el rocío y cuando cerré tras de mí la pesada verja de hierro estaba decidida a dejar allí y para siempre toda una larga vida llena de ingratitudes e injusticias, tal vez yo también me había equivocado alguna vez pero allí se terminaba todo. La obra estaba hecha.
Por una estrecha calle llegué a la estación de trenes, subí al primero que sabía me llevaría a la ciudad. Una vez allí cogí el Autobús de línea hasta el Aeropuerto. Esperé que anunciaran el vuelo a Paris, entregué el pasaje y por un corto y anónimo corredor entre en el Avión, busque el número de asiento, me senté, abroché el cinturón y con la cabeza apoyada en el respaldo cerré los ojos. Ya no me importaba nada más.
Abrí los ojos cuando sentí que las ruedas neumáticas del aparato tocaban tierra. Estaba en Paris. ¡Por fin! Descendí presurosa por la escalerilla y una vez dentro del Aeropuerto busqué un teléfono. Estaba ocupado, un joven daba instrucciones a alguien, cuando terminó, marque su número de teléfono.
-Allá- era su inconfundible voz.
-Soy Noelia –dije
-¿Noelia? ¿Donde estás?- preguntó
-Estoy en Paris, en el Aeropuerto-
-¡Qué sorpresa! No te muevas voy a buscarte.
-No, no, prefiero que nos encontremos en el Café de la Paix a las 4, si te va bien.
- Si, si claro! allí estaré, tengo ganas de verte.
-Yo también.- Y colgué el teléfono.
Me sentí emocionada y el corazón me latía con fuerza. Pero estaba decidida a hacer lo que quería hacer.
Un taxi me llevó hasta la Plaza de la Concordia. Siempre me ha impresionado la grandeza de esta Plaza.
El Obelisco está flanqueado por dos fuentes muy hermosas con figuras sobre temas marinos y recordé un fragmento de la película Un Americano en Paris, donde Gene Kelly y Leslie Caron bailan entre luces y sombras su danza de amor con música de Gershwin.
Dejé mis recuerdos y por la Rue de Castiglone llegué hasta la Plaza Vendòm. Me detuve unos momentos para mirar la puerta nº 12, ahora hay una joyería pero allí vivió y murió Federico Chopin después de su separación de George Sand. Sentí calor en el corazón. Proseguí por la Rue de la Paix hasta torcer a la izquierda para seguir por la Avenida de la Opera hasta encontrar el Boulevard de Capuchines. Allí en la esquina de la izquierda está el Café de Paix. Había hecho todo el recorrido caminado poco a poco, parándome para mirar todas las vitrinas que exponen verdaderas tentaciones del más exquisito gusto. 
Me sentía serena, segura, y entré en el Café. Es un lagar que tiene mucho encanto para mí, creo que resume mucha historia del Novecientos parisino. Por allí han pasado figuras ilustres de la literatura, de la pintura, de la música y de todas aquellas personas que en su día estuvieron relacionas con el arte. Las mesas son redondas y muy pequeñas, y las paredes con amplios cristales dejan ver el ir y venir de las gentes. Me senté en un ángulo y esperé.
Le vi llegar y sonriente se acercó a mí. Al sentarse su mirada era interrogante. No lo pensé y de golpe casi de carrerilla. Le dije:
-Estoy aquí, porque te quiero. Ya no quiero imaginar mi vida sin ti. No quiero fingir más. Te amo.
Te amo y va a ser siempre así.
Cogió mis manos entre las suyas y las besó, al mismo tiempo que entrecortado decía:
-Tu sabes que yo....tu sabes que yo....
-Si lo sé- dije- por eso estoy aquí.
Nos quedamos en silencio unos momentos y decidido dijo:
-Vamos-
Salimos del Café y anduvimos un trecho mientras me cogía por la cintura. Paró un Taxi, Le dio la dirección y una vez dentro, emocionados, nos abrazamos y nos besamos, tierna y dulcemente, mientras el coche iba saliendo de la ciudad.
Cuando se paró, descendimos, y mientras él abría la verja miré a mí alrededor. El lugar era silencioso y quieto, las luces del atardecer le conferían un toque de encantamiento. Cruzamos el jardín y una vez abierta la puerta de la casa, me cogió en sus brazos y entramos, él con ayuda de su pié izquierdo cerró la puerta tras de nosotros. Recorrimos un corto pasillo y entramos en una estancia casi en penumbra, besándome en la frente me dejó sentada en el lecho y se arrodilló ante mí, nos sentíamos rebosantes de dicha infinita, entonces él con cuidado, suavemente fue desabotonando los botones de mi blusa.......... |