se día me sentía sola, triste y abandonada y parecía como si de repente todo fuera oscuro y al analizar pasajes de mi vida sentía que no tenía nada, todo era vacío. Son esas sensaciones que, inexplicablemente logran derrotarnos a los humanos. Sin embargo la vida me sorprendió en un instante pues mis pies se encaminaron sin rumbo fijo y con la mirada perdida llegué donde Dios y la vida misma querían que llegara. Entré a un café y me senté en una silla a seguir pensando en lo que no tenía y no me detuve a pensar en todo lo que tenía. Quizás el destino me trajo hasta este lugar para que yo comprendiera mi fortuna; en realidad, la vida siempre está dispuesta para darnos la más grande lección.
Mientras yo me quejaba de mi suerte, en el mundo podemos ver millones de imágenes como esta.
De repente a ese lugar llegó una muchacha acompañada de un señor, se sentaron en otra mesa y al mirarla me desperté de lo que estaba viviendo, pues era una muchacha hermosa y para colmo de males, era de mi edad y mi sorpresa no podía ser mayor cuando noté que le faltaba su brazo derecho y aún así sonreía, no puede evitar que unas lágrimas de deslizaran por mis mejillas y entendí lo afortunada que soy al mirar mi cuerpo y mi mente completa; solo pedí perdón a Dios por las veces que he dicho: me siento triste; por fin comprendí que la felicidad no puede estar en lo que esté fuera de nosotros mismos.
Esta muchacha aludida es la que sin pretenderlo me hizo mirar hacia atrás y, de tal modo, de repente, comprendí la grandeza de mi ser; yo, una mujer completa, llena de salud, con un horizonte profesional muy despejado y, como explico, quejándome por lo banal y rutinario. Sinceramente, mirar hacia atrás no es otra cosa que vislumbrar a lo lejos y contemplar un horizonte despejado de toda duda. Como digo, esta señorita le faltaba un brazo y tenía valor para sonreír. ¿Cabe lección más grande, en este caso, la que yo tomé de dicha mujer?
Me siento afortunada por todo lo que tengo, por fin pude entender todas las riquezas que me ha dado Dios. Puedo levantarme cada mañana cuando hay tantos que no pueden hacerlo y de todas esas personas, Dios me sigue eligiendo para que yo pueda disfrutar de todo lo que ha creado para mí. Te invito no a que te dediques a perder el tiempo en lo que no tienes, pero sí a valorar lo mucho que tienes. Quejarnos es el detonante de nuestra debilidad. ¿Quién habla de caídas? Levantarse es el todo. Y eso supe hacer, levantarme de una caída que, en realidad, no se había producido. Recordemos que, arrastrar miserias siendo afortunados con la salud, estamos hablando de un pecado mortal. ¿Qué quiero? Me pregunto muchas veces. ¿Qué rumbo voy a tomar? En fin, todas esas preguntas que solemos hacernos y, la respuesta, como a mí me sucedió, la tenemos en un sencillo café, en mi caso, al encontrarme aquella mujer que, repito, teniendo mutilado su brazo derecho regalaba sonrisas por doquier.
Al no saber valorar todo lo que tengo es como admitir el pecado que he cometido ante la vida. Tengo juventud, un horizonte profesional, una vida esperanzadora, no tengo mutilación de ningún tipo y, como dije, cometí la torpeza de quejarme. Fui desagradecida con la vida y, por dicha razón nacieron mis letras que, las mismas, con humildad, me gustaría que sirvieran de lección. Le doy gracias a Dios por todo lo que tengo y, sin duda alguna, a la muchachita mutilada que, sin mediar palabra me dio la lección más grande que un ser humano pudiera darme.