D esde muy temprano supe, gracias al Nociones Elementales, que había existido un sevillano que propugnaba el bienestar de los aborígenes americanos.
No es que sucumba doblegada por el Síndrome de Stendhal: es la excitación de comprobar que existe físicamente lo que hasta entonces había sido apenas una idea, un concepto, un nombre. Es una de las compensaciones que ofrece la vida cuando uno está lejos de casa.
Algo semejante me ocurrió, no hace mucho, cuando gracias a María Elena Toledo Burrell me topé en Madrid con un viejo conocido: Fray Bartolomé de las Casas.
Desde muy temprano supe, gracias al Nociones Elementales, que había existido un sevillano que propugnaba el bienestar de los aborígenes americanos. Me preguntaba si ello había favorecido el tráfico de esclavos africanos que suplieran lo que la enjuta fisonomía de los indígenas no era capaz de proveer. Pero señala Isacio Pérez Fernández, biógrafo del dominico, que, si bien no cuestionó el traslado de cautivos a América, tampoco aceptó que se les destinase a las minas o a los ingenios azucareros, restringiendo sus labores al ámbito doméstico.
Fray Bartolomé de las Casas, el dominico sevillano Entre 1545 y 1547 el clérigo efectuó un viaje a Lisboa, el más importante centro de trata de personas provenientes de Guinea, lo que posiblemente ocasionó un drástico cambio de mentalidad al respecto. Pérez Fernández cita una frase del propio Fray Bartolomé, contenida en el Libro III de la Historia de las Indias, que parece demostrar que se encontraba arrepentido de su anuencia: “…que se diese licencia para traer esclavos negros a estas tierras (…) no advirtiendo la injusticia con que los portugueses...” (sic).
Curiosamente a De las Casas se le había negado la absolución en 1511 por mantener su repartimiento indígena en La Española tras el vehemente discurso en el que fray Antonio de Montesinos condenara el trato de los conquistadores hacia los indígenas: “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? (…) ¿Éstos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en esta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos?”.
De las Casas había sido, de hecho, encomendero, pero progresivamente fue sensibilizándose con respecto a la situación de los indígenas. Fue por su intercesión, junto a las ideas sobre el derecho de gentes, difundidas por Francisco de Vitoria, que el rey Carlos I promulgó, el 20 de noviembre de 1542, las Leyes Nuevas, que prohibían la esclavitud de los indios y ordenaban que todos quedaran libres y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona.
De las Casas estuvo en Venezuela en 1521 cuando, gracias a una capitulación de la monarquía española, desembarcó en las costas de Nueva Toledo (Cumaná).
Tras atravesar diez veces el Atlántico, fijo su residencia en el Estudio General que tenía la orden dominica en el santuario de Nuestra Señora de Atocha, en Madrid. Allí murió, el 18 de julio de 1566, y allí fue enterrado, pobremente, con báculo de palo, según había dispuesto él mismo, en la Capilla Mayor de la iglesia del convento. Entre los que acudieron al sepelio se encontraba Miguel de Cervantes.
Más tarde, a causa de las sucesivas reformas que sufrió el edificio, los restos de los frailes fueron trasladados a diversos puntos del conjunto, por lo que se ignora el paradero exacto de sus despojos. Pero allí yace, en pleno centro de Madrid, quien es considerado uno de los fundadores del derecho internacional moderno y el precursor de los derechos humanos.
Muchos años transcurrido, pero viendo la situación de nuestros indígenas, cabe preguntarse ante nuestra indiferencia lo mismo que Fray Antonio de Montesinos inquiría: “¿Cómo estáis en esta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos?”. |