U n nuevo año ha llegado a nuestras vidas y la verdad, cumplir años no siempre nos viene bien, sobre todo porque las marcas de la edad van apareciendo inexorablemente. En una cultura como la que vivimos, donde lo viejo se hace inservible y buscamos el elixir de la juventud eterna, se nos dificulta un poco querer cumplir años. Parece que hacerse mayor es una especie de maldición que aterroriza.
Nada más lejos de la verdad, puesto que cumplir años es una bendición y la señal de muchos aspectos realmente dignos de tener en cuenta y valorar. Nuestro problema es que solemos valorar la apariencia. No hay nada de sabiduría en basar nuestros estándares de valor en nuestra fachada. Nunca ha existido tanta presión social como ahora en el tema de la imagen y la salud. Esta es la razón por la que vemos que cientos de figuras públicas quienes sucumbiendo a la presión de mantenerse aparentemente jóvenes, se destrozan con cirugía, haciéndose incluso irreconocibles.
 Valga la metáfora del zapato para engrandecer la propia vida Os cuento una anécdota que vivimos hace poco tiempo en casa y que hace que me sienta feliz por la ilusión de vivir. Mi abuela cercana al siglo de vida ha pasado con toda naturalidad de ser, madre, abuela, bisabuela a tatarabuela. Por supuesto que ejerce de todas las facetas a la vez. Ese día comentaba mi madre a mi padre, que ya tienen una edad, que donde irían a parar todas sus fotos, vídeos, recuerdos que tienen de toda una vida juntos, el día que no estén los dos; y mi abuela, muy comprensiva y cariñosa, les dijo que no tenían de que preocuparse, pues ella lo guardaría todo con sumo cuidado y cariño. ¡Cómo si ella tuviera que ser eterna!
La ilusión por la vida no debe de faltarnos nunca, la experiencia adquirida por el paso de los años, debe de valernos para aprender a vivir mejor, adaptándonos en cada momento al tiempo que nos toca vivir.Aunque alguna arruga aparezca en nuestra cara y no tengamos la misma fuerza ni rapidez de antes, lo que si nos ha dado es más saber.
Vivimos bajo presión y el estrés nos hace parecer como unos pies en zapatos nuevos en noche de baile. Sin embargo con el paso del nuevo año podemos ser como zapatos viejos, que aunque desgastados, al ponerlos nos dan descanso, relajación, tranquilidad, sosiego, sin rozaduras ni dolor, sólo comodidad.
Que este año que empezamos no veamos sólo el exterior de las personas, sino el fondo, lo que realmente más importa y que puedan decir “te quiero más que a mis zapatos viejos“. Preocupémonos por las cosas que no se ven, que son las eternas. Tomemos buena nota de La segunda carta de S. Pablo a los Corintios 4: 16-18Por eso no nos desanimamos, pues aunque por fuera vamos envejeciendo, por dentro nos rejuvenecemos día a día.
Lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera que pronto pasa, pero nos trae como resultado una gloria eterna mucho mayor y más abundante. Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras y las que no se ven son eternas. |