L a joya más preciada de la marquesa Merccini es su gran biblioteca. Con más de diez mil volúmenes ocupa una sala acristalada del palacio modernista de Milán. Junto a la Casa Galimberti, el Palazzo Merccini es otro de los notables exponentes del nuevo arte por su abigarrada decoración en azulejos, balcones y filigranas.
Simonetta Merccini es ya de edad madura pero, no por eso, deja de ser un icono de la elegancia de la ciudad. Sus fiestas son todo un acontecimiento social pero más aún lo es la tertulia que, cada martes, celebra en el salón de té lindante a la gran biblioteca.
En esas tertulias se generan apasionados debates entre las vaharadas del fino tabaco traído de Cuba, el tintineo de las copas de elaborado cristal veneciano al chocar entre brindis de champán y la música de piano. Una vez al mes juegan al libro oculto, un pasatiempo literario en el que, a una de las asistentas a la tertulia, todas son féminas, se le vendan los ojos y la conducen a la biblioteca para que elija al azar uno de los libros, sobre el que habrán de charlar ese día. Libros ricamente ornamentados, ediciones raras de ésas tan deseadas por los bibliófilos de pro, rarezas de pergaminos viejos y hasta incunables.
Ese día, la protagonista será la propia marquesa. Sus acompañantes la rodean como si fueran colegialas saliendo al recreo. Ella conoce bien la distribución de sus tesoros pero aun así, la emoción no deja de embargarla. Pide que le traigan la escalera portátil para alcanzar el elegido. La condesa Amalia dil Ponto sube con ella, no vaya a tropezar. Deja que Simonetta guíe su mano hasta un grueso ejemplar, de tapas negras y letras de oro.
Se trata de Le vergini delle rocce de Gabriele d’Anunzio.Parece una buena elección para el debate, la prosa tan llena de símbolos y desmesuradas descripciones y, sin embargo, tan decadente.
Pero algo se interpondrá en el debate: al abrir el libro, en la primera página, la que debería estar en blanco, a modo de guarda, llama su atención. Con letra apretada se puede leer: “Este libro está maldito. Ay de aquél que lo lea hasta el final.” Y debajo una fecha y una rúbrica: 8 de agosto de 1897.
¿Qué hacer? Obviar la amenaza? ¿Arrancar la página y volverlo a depositar en el anaquel correspondiente?
¿Y la fecha? ¿Qué indicará?
-¿Qué podemos hacer, Simonetta? ¿Se te ocurre algo? Qué emocionante.
-No sé. Bueno… tal vez habremos de rastrear la historia del libro.-Sí, ésa puede ser una buena idea.
La marquesa y sus amigas indagan en el catálogo de la gran biblioteca. Allí verán que se trata de una edición original que vio la luz en 1896 y que llegó hasta allí en diciembre de 1900, localizada por el librero de la familia en una subasta en Londres. Fue costosa la operación, según el apunte bibliográfico, pues el libro venía precedido de un aura legendaria.
Parece ser que Antonio Cánovas del Castillo, a la sazón presidente del Gobierno español, lo leyó en un viaje que hizo a Roma en junio de 1897 y en la fecha indicada murió asesinado a tiros por un anarquista. Después fue abandonado en las dependencias de la embajada española hasta llegar a la subasta.
-¿Qué hacemos? ¿Nos atrevemos a leerlo hasta el final?
-Ay, no sé. Mejor, déjalo y coge otro. Me da miedo.
-Ah, no. Los libros no deben dar miedo. Además, en todo caso, podemos hacer una sesión de espiritismo para conjurar el peligro.
-Eso haremos.
La noche de la sesión de magia, mientras el grupo se concentra, un aire gélido penetrará en la sala aunque ellas apenas lo perciban. El aire desencuadernará el libro y desparramará las hojas, revolviéndolas por doquier, incluso más de una, acabarán pasto del fuego al prenderse en los candelabros.
Cuando todo vuelva a la razón ya no habrá libro y todo parecerá estar en orden. |