J untos emprendimos un sendero ligeramente empinado que nos llevó hasta un banco de madera, nos sentamos el uno junto al otro en silencio, él en sus pensamientos yo en los míos, no eran opuestos pero sí diferentes, creo que yo le quería.
Detrás de nosotros había un bosquecillo de Abedules y estábamos en el punto más alto de una amplia colina cubierta de un espeso prado que descendía hasta la orilla del Lago...
Era un Lago ancho y grande y muy largo, tanto que se perdía en el horizonte, sus aguas parecían tranquilas y brillaban en tonos plateados y rosados debido a que el sol iba declinando lentamente pues atardecía.
En la orilla opuesta del lago, ante nosotros, se levantaban altas montañas oscuras coronadas por trazos de nieve, restos que quedaban del invierno que recién había pasado.
Las ondulantes montañas se perdían en el horizonte acompañando al Lago. Sobre las aguas flotaba una tenue neblina que daba al lugar un aspecto de irreal y encantado. La hora era quieta y serena. De pronto él sintió frío y decidimos regresar al hotel. Estábamos de vacaciones. Ya en el hotel era la hora de la cena y nos dirigimos al comedor, una vez allí, él se dedicó a galantear y a seducir a la dueña del hotel; él era así, no era la primera vez que sucedía esto y no sería la ultima. Ella era una mujer de mediana edad, con el pelo blanco y alborotado su figura era alta y esbelta, era hermosa y ella lo sabía.
Por la mañana, cuando estábamos preparando el coche para seguir el viaje, apareció la mujer llevando dos botellas de vino; vino, que él había elogiado sobradamente durante la cena, alegre y coqueta se las entregó a él, que las recibió con su más encantadora sonrisa, él era así. En un momento dado ella me dirigió una interrogante mirada a la que yo no respondí desviando la mía en otra dirección.
No, no estaba celosa. Nos despedimos, subimos al coche y emprendimos viaje hasta nuestra próxima etapa. Íbamos en silencio, él en sus pensamientos yo en los míos, de pronto puse música y sonó un concierto de piano de Mozart, aquellas vibrantes notas que juguetonas, se perseguían unas a otras llenas de estrepitosa alegría llegaron a mi corazón y me hicieron sentir feliz. El paisaje era hermoso.
Hoy pasados los años y mientas escribo estas líneas creo que, en aquellos momentos, sin darnos cuenta, estábamos empezando el camino que nos llevaría hasta el final de nuestra historia. Fue inevitable.
Alguien dijo una vez " Siempre se puede empezar de nuevo, en una eternidad, siempre se puede empezar de nuevo".... |