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Autor: Jesús Alberto Gil
24/11/2015
CUENTAN QUE CUENTAN

C

uentan los niños de este lugar, con la certeza del necio que se cree sabio, que no es verdad que haya palacios con duendes y hadas, que los cuentos son mentiras y que la fantasía es un engaño para amaestrarles.

Cuentan los niños de este lugar, con la verdad de quien se cree poseedor de todo aquello que se le antoje,  que no hay magia en la nieve ni estrellas en el cielo para hacerles reír.

Cuentan los niños de este lugar, en fin, claro, con la arrogancia de quien a nadie que no sea a sí mismo escucha, que las caracolas son simples trozos de piedra y que hay leyendas que pintan de colores el mundo.

Sí, todo eso y más cuentan los niños, sabios de este lugar. Sabios, no; necios que se tienen por sabios.

Claro que algunos hay, cada vez menos, que tomados por ignorantes, creen en los palacios de duendes y hadas, en estrellas, en caracolas y en leyendas que pintan el mundo de colores. Puede parecer que son una especie a extinguir. Seguro que muchos lo creen, pero haberlos haylos.

Que se lo pregunten, si no, al hijo de la Lupe, a la niña de don Rupertín o al pillete de nadie sabe quién.

Niños éstos a los que se les hace burlas y muecas por no querer máquinas para jugar si no arena y tizas con las que fantasear.

Los tres, porque la necesidad siempre une, se juntan cada tarde en el parque, apartados de todos, solitarios siempre, excluidos de pandillas y aventuras.

Y aunque les costó, al fin, ellos mismos han creado su propia pandilla y se forjan sus aventuras.

Y es curioso, ninguno de los tres cuenta nada. Se limitan a construir en el suelo historias de cuento con la arena y las tizas. Y así, un día y otro y otro.

Y claro, como no cuentan, no importan a nadie, nadie cuenta con ellos ni son objeto de recuentos.

Al menos, eso parece. Porque en esta historia de quién cuenta y quién no cuenta, existen los prodigios. ¿O no es acaso prodigioso el que lo que esos tres chiquillos crean en el suelo del rincón apartado del parque cobra vida y será lo que mañana o al otro año o un siglo después o un millón de años más allá se contará en torno a las hogueras de los poblados, alrededor de cualquier ceremonia del té o qué sé yo?

Ah, pero si decíamos que no contaban nada.

Será. Lo que pasa es que la brisa del atardecer tiene oídos y las hojas de los árboles son la lengua que contará lo que ellos creen no contar.

Y de la brisa a las hojas de los árboles y de éstas al río y del río a las espumeantes olas y de éstas a la memoria y de la memoria al anciano y del anciano al nieto y del nieto al papel y…

Cuento que te cuento que hubo un lugar en el que los niños se creían sabios siendo necios y que quienes nada contaban acabaron por inventar los cuentos.

Y que hasta mí llegaron en botellas a través del océano y en viejos libros gastados.

Había una vez… érase una vez… un bosque y un ogro y una princesa y un niño desvalido. Y que ese niño se hizo mayor y se enamoró de la princesa y tanto hizo que al ogro venció y el bosque conquistó.

¿Y sabes qué? Que ese niño era ciego.

Y yo hoy te cuento que cuentes los cuentos y sabio serás.

Y… ¿era eso, verdad? Que colorín, colorado… este cuento te he contado.

 
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