C ada vez más alarmada estaba Sara, mientras veía los noticieros sobre Venezuela; no podía dar crédito a todo lo que allí estaba sucediendo y que, para mayor desdicha, según las autoridades venezolanas todo “estaba bien”; apenas le daban importancia a lo que ocurría en el país.
El oficialismo venezolano decía que “no pasaba nada”; pero, la realidad que informaban algunos medios independientes, era muy distinta. Altercados, choques, violencia al más alto nivel; encontronazos de la policía con los manifestantes que, arrastraban ya, un saldo de cuarenta muertes violentas. ¿Qué es lo que está sucediendo en la tierra de Simón Bolívar?
Esta es la gran pregunta a la que nadie sabe dar respuesta, de manera acertada.¿Por qué le inquietaba tanto todo lo que sucedía en Venezuela?. No tenía respuesta inmediata, más que la angustia de saber, que Gabriel estaba viviendo todo aquello, aunque podría no estar directamente implicado en alguno de esos hechos.
Lo cierto, es que no lo sabía. Pero sí sabía que en dicho país, además de la violencia diaria que se suscitaba en las calles, faltaban víveres, medicinas, asistencia médica, amén de muchísimas más cosas de uso cotidiano, todo aquello le alteraba el ritmo a su corazón.
Le causaba gran dolor comprobar que en un país tan rico por naturaleza, sus habitantes, además de todas las carencias antes citadas, sufrían el peor de los males, la falta de libertad. Todos se sentían prisioneros, puesto que Venezuela se había dividido en dos bandos y, en el que fuere que los venezolanos se encontrasen, todos eran prisioneros de la parte contraria.
Comprender aquel horror era muy complicado, incluso, mucho más, para los mismos venezolanos que inmersos en el problema, carecen de la perspectiva necesaria para ver de una manera integral, la situación. Unos por conquistarla y otros por defenderla, todos estaban enzarzados en un conflicto de difícil solución y, lo peor de todo es la postura del gobierno venezolano que, según ellos, todo discurre por los cauces de la más absoluta normalidad.
Difícil disyuntiva, para un pueblo maniatado por sus propios dirigentes que hacen oídos sordos ante los gritos de protesta de millones de venezolanos que reclaman: libertad, paz, pan y trabajo.Esta era la percepción de Sara, y la de cualquiera que estuviera, más o menos, al tanto de lo que sucedía en dicho país.
Además, para Sara, no cabía más verdad que la que el mismo Gabriel le había contado. Para colmo, hasta se habían suspendido espectáculos de todos los niveles, entre ellos, las corridas de toros en las ciudades más importantes del país. Suspensiones que avalaban el desequilibro institucional de Venezuela.
Pese a todo ésto, Sara “moría” por viajar a Caracas, puesto que en dicha ciudad conocería a un ser humano único, maravilloso como imaginaba que era Gabriel; esa era su percepción. ¿Vendría luego el desencanto? No lo podía ni quería saber. A las personas se las juzga después de conocerlas y, ante todo, por sus hechos.
De momento, todo lo que Sara había recibido de Gabriel no era otra cosa que plácemes, cariño, sensaciones del alma que habían embargado de amor, a todo su ser.Habían pasado varios días y, ciertamente, su correo se había llenado de misivas por parte de sus lectores ante lo que había sido su publicación del ensayo. Pero no había tenido el efecto causa que ella deseaba que, no era otro que Gabriel lo hubiese leído dicho y se hubiese pronunciado al respecto.
Ahora, ya rondaba otra preocupación, más grave aún, por su cabeza: ¿le habría ocurrido algo grave? Estaba inquieta, sí. Y mucho.A su vez, ella, en todos estos días le había puesto varios correos a Gabriel sin obtener respuesta alguna. Y este era el gran motivo de su preocupación. Temía por él. No lograba tranquilizarse. Si en el peor de los casos, aún a sabiendas de todo lo que allí estaba ocurriendo hubiese tenido de su parte alguna noticia, todo cambiaría de matiz; pero eso de tener el silencio como respuesta, la desesperaba cada vez más y le hacía perder el humor.
Sin embargo, su fortaleza era tan grande que ni en la propia empresa donde trabajaba habían notado el menor atisbo de dolor o desencanto dentro de su ser. Pero la “cruz” de la preocupación, la llevaba colgando y le pesaba como una losa.Sara, en el fondo de su ser, se sentía culpable de la situación que estaba viviendo.
Ella, no creía que esos amoríos de Internet, hasta que le pasó; es más, siempre lo criticó porque creía que era algo irreal, imposible de que pudiera suceder que dos seres humanos sintieran algo bello sin haberse visto jamás y ahora, a esto de encontrarse unida a otro ser humano, por el cordón umbilical de esta magia, conocida como Internet, lo sentía como una especie de castigo.
Se sentía prisionera de dicho medio que, la llevó a “conocer” a un hombre que, para ella, era el hombre de su vida. De Dios estará que ella encuentre la solución, a este conflicto y a ésta incertidumbre que tan mal aconsejan a su alma, quitándole hasta el sentido a su razón y a su corazón. |