C inco intensos días se pasó Sara junto a su hijo en el hospital. En ese tiempo se olvidó de todo; nada existía para ella, salvo su hijo y la recuperación de su salud; en este caso, el restablecimiento de la misma que lo trajo hasta el quirófano, de este hospital, para recomponer sus heridas.
Una vez que, junto a su hijo, abandonaron el nosocomio y habiendo superado el amargo trance, ella llegó a su casa para intentar descansar y relajarse. Era mucha la tensión acumulada.
Había pedido unos días de permiso en la empresa porque la ocasión así lo demandaba; antes que ejecutiva era madre y, lo mejor de todo es que para una mujer, ser madre, es un valor eterno; es decir, se pueden tener ochenta años y amar y tratar a los hijos como si fueron aún chiquitos porque, en realidad, para una madre, sus hijos, siempre serán sus niños pequeños y Sara no era una excepción al respecto.
En líneas generales, Andrés, pese a todo, se encontraba bien y le decía a su madre que retornara al trabajo, pero Sara todavía no lo consideraba oportuno prefería quedarse junto a su hijo un tiempito más. Nada le importaba más en este momento que la salud de Andrés. Es cierto que Sara contaba con el beneplácito de su jefe que, sabedor de la cuestión, le concedió los días de permiso que ella necesitara. Ya que no hay nada más cierto que, la llamada de la sangre puede con todo; incluso con las ilusiones que pueda producir el amor. Ante el dolor de un hijo, Sara, como cualquier otra mortal que tenga la fortuna de ser madre, muy pronto asigna perfectamente el orden de prioridades que amerita la ocasión.
Alberto, su otro hijo, estaba también en la casa cuidando de su hermano Andrés; por tanto, Sara se siente mucho más tranquila y acompañada.
Del mismo modo la madre de Sara, que quedó consternada por el suceso y, a diario, llamaba varias veces para interesarse por la salud de su nieto.
“Abuela, no sufras –le decía el muchacho- que estoy bien, en pocos días iré a tu casa para abrazarte, me cuidan mi mamá y mi hermano, no temas por nada, por favor te lo pido.”
La unidad de toda la familia se ponía de manifiesto una vez más.
No hay éxito mayor que tener una familia unida por el amor, realidad, que apasionaba a Sara. Ella se sabía responsable de su trabajo, eso es muy cierto, porque era consciente que su labor tenía mucha trascendencia en la empresa, pero nada ni nadie le impediría sentir por sus hijos acertadamente, ni entregarse en cuerpo y alma, en este caso, a su hijo Andrés que había sido atropellado por un loco inconsciente, que podría haberle quitado su preciosa vida.
Ausente entonces, de todo aquello que no tuviera que ver con Andrés, estaba Sara y, hasta que no encontró la libertad emocional propicia, ni el correo electrónico había abierto.
Ella intuía que tendría muchos correos, tanto de su trabajo, sus lectores, sus amigos y, sin duda, de Gabriel. La intuición se tornó realidad. No era un correo solo; eran muchos los que el editor le había escrito desde su Venezuela natal.
Una vez más, los correos de este hombre la hacían sonreír; sentía mariposas en el estómago al leerlo, sin duda, el primer síntoma que el corazón trabaja a impulsos indescifrables. A todo eso, algunos, lo suelen llamar “amor”. Pero ella no quería caer en semejante petulancia. De que sentía emociones bellas, eso era evidente. Con ver tan solo el remitente: “Gabriel Girón”, con ello le bastaba y sobraba para esbozar la más bella sonrisa.
Y eran muchos los correos que en estos días le había escrito Gabriel que, lógicamente, preocupado por el silencio de Sara no dudó en escribirle muchas veces. No existe peor sensación que la incertidumbre y eso era, en realidad, lo que Girón estaba sintiendo ante el silencio de Sara. Y tenía su razón de ser puesto que, Sara, había anunciado a Gabriel Girón que en breves días se personaría en Caracas.
Claro que, como siempre, el hombre propone y Dios dispone. Todo estaba previsto para el viaje pero, la adversidad se cruzó en la vida de Sara para que ella no pudiera emprender dicho viaje, hasta el punto de tener que anular los pasajes.
Iban pasando los días y todo se normalizaba.
Andrés, a medida que transcurría el tiempo se iba sintiendo mejor y más fuerte; ya incluso caminaba, aunque apoyado en dos muletas, y podía manejarse solo por la casa, y hasta se atrevía a dar un breve paseo por la calle.
La voluntad del accidentado, es algo fundamental, en su rehabilitación y recuperación. No caer en la derrota es un síntoma vital para la recuperación de cualquier ser.
Y el bueno de Andrés estaba dándoles a todos una lección ejemplar, al respecto. Su hermano quería ayudarlo a caminar, pero él declinaba la invitación porque, como decía, dicha labor era suya y si él no se esforzaba con su cuerpo, poco podían hacer los demás con este. |