E l día resulto muy placentero para Sara. La noticia que le había dado el director general era como para estar gozosa; en otros momentos, posiblemente, hubiera sido un trauma para ella pero, en las circunstancias con las que vivía, que la mandaran a Venezuela le sonaba como la más grande bendición. El destino estaba jugando a su favor. Aunque ella, aún no se lo creía. En aquellos momentos, de no haber sido por este problema habido en la empresa, ni podía llegar a sospechar que haría dicho viaje; no por falta de ganas que, se moría por conocer a Gabriel pero, por el respeto que ella sentía por su empresa, nunca se le hubiera ocurrido pedir un permiso para viajar a Caracas sin una justificación lógica. Como vemos, por un lance del destino, no ha tenido que pedir permiso alguno, ha sido el destino que ha jugado sus cartas a su favor y lo que era el primer sueño de Sara se iba a convertir en realidad. Era lógico que los hados de la fortuna se posaran a su lado, ante todo, por su forma de ser y actuar en que, a diario, su vida era un modelo a seguir en todos los órdenes, razón inequívoca del premio que estaba por recibir.
Sara no cabía dentro de su propio ser. Era mucha la ilusión que corría por sus venas. Es cierto que le albergaban muchas dudas al respecto. Tenía la seguridad de que se encontraría con Gabriel pero, ¿cómo lo haría? ¿Sería prudente anunciarle que le visitaría en breve? ¿Sería conveniente anunciarle su llegada? ¿Sería mejor presentarse allí de improviso? ¿Sería una locura llegar sin avisar y que él no pudiera recibirla y atenderla? ¿Sería mejor contárselo para ver la reacción de él? Estas eran las preguntas que ella se hacía porque, como quiera que todo surgiera sin pensarlo, la situación, aunque le ilusionaba, le aturdía a su vez.
Sara sentía que se le salía el corazón del pecho. La decisión ya estaba tomada; iría a Venezuela por deseo expreso de la empresa; las formas y modos de encontrarse con Gabriel quedaban por decidir. Detalles al fin y al cabo que pronto se solucionarían. La realidad era que se encontraría con dicho hombre y no cabía de gozo. Serían quince días de ausencia y necesitaba comunicárselo a los suyos. Llamó a sus hijos para darles la noticia y éstos le felicitaron; sabían de los valores de su madre al respecto de la labor que ejercía en la empresa y se sentían orgullosos de tener una madre tan responsable y tan humanista, todo a su vez. Pero era mucha la complicidad que tenía con su madre que, aquella misma tarde pasó por su casa para saludarla y, claro, para anunciarle su viaje.
-Mamá: ¡Me marcho a Venezuela por unos días! –Le dijo-
-Hija mía, ¿qué se te ha perdido en ese país? ¿Has dicho a Venezuela? ¿No es ahí dónde me dijiste que habías conocido a un chico por ese medio al que llamáis Internet? Mucho cuidado, hijita. Cuidado no vayan a tenderte una trampa; tú eres mayorcita e inteligente pero, como sabes, toda precaución es poca cuando se trata con desconocidos.
-Mamá: -Respondió Sara- Ante todo el motivo de mi viaje tiene que ver con la empresa; ha surgido allí un problema en nuestra sucursal de Caracas y la dirección de la empresa me ha pedido que sea yo la que intente solucionar el problema. Ese es el motivo real de mi viaje, lo demás será todo secundario. Partiré hacia Caracas, su capital, dentro de breves días, pero quería contarte la noticia; a mis hijos ya se lo he dicho y se han quedado felices con esta decisión que tengo que tomar por aquello de seguir siendo útil a mi empresa. Quiero que tú te sientas orgullosa de mi tarea, de la profesión que ejerzo y, por supuesto de que la misma sirva para aportar soluciones cuando arrecian los problemas.
-Mi Sara querida: ¿Cómo no sentirme la madre más gozosa del mundo con una hija como tú? En esos días te extrañaré mucho pero, comprenderé que estás haciendo tu labor y, por favor, si te encuentras con ese muchacho, vete con mucho cuidado. Eso sí me preocupa, te lo juro. Tus ojos te delatan; tienes más ilusión por encontrarte con ese hombre que deseos por solucionar el conflicto que se te ha encomendado.
-Tranquila, mamá; solucionaré el problema y, si está de Dios, me encontraré con ese muchacho que tanta ilusión me hace. A ti te lo puedo confesar todo; por todas las cartas que tengo de él me parece un hombre admirable; no le conozco personalmente, pero un hombre que escribe como él, es casi imposible que no sea una buena persona. Voy a correr el riesgo de conocerle y, segura estoy, habrá merecido la pena; ya te lo contaré todo cuando regrese.
-Gracias, hija. Que Dios te bendiga. |