A quella noche, Sara sabía, que le iba a costar dormirse, pero para cuando lo lograra, dormiría a plenitud, con todo el gozo del mundo rendido a sus pies.
Mientras tanto, estaba radiante, sentía que le había dado rienda suelta a su corazón y ese era el motivo de toda su alegría.
Era una de esas noches que, pensando, hasta no le parecía una buena idea cerrar los ojos y descansar, es más, le sabía como a traición íntima aquello de dormirse, luego de experimentar todo este gozo desmesurado, toda esta paz interior que la dejó tan relajada y feliz. Había desnudado su alma en honor a Gabriel y, dicha acción era la que le posibilitaba ahora, esta paz que sentía.
¡Fuera tabúes!, decía para sus adentros.
Era una mujer libre y podía decidir sobre su futuro y su vida; nadie había detrás suyo, que se lo quisiera o se lo pudiera impedir.
Días pasados, se había reunido con sus hijos para contarles que había conocido a un amigo muy especial en la red; incluso se lo hizo saber también a su madre. Aunque, cuando se lo contó a ella, ésta ya lo intuía por el semblante de su rostro y la luminosidad de su mirada.
Los suyos, su gente cercana y amada, naturalmente, le daban el beneplácito a todo cuanto ella hiciera porque, como le dijeron en la amorosa charla que mantuvieron, ella era una mujer mayor, adulta, buena madre, mejor hija y gran profesional; siendo así, ¿quién podría o querría objetarle lo que era una decisión de su corazón?. Todos sus seres queridos, estaban de acuerdo que la opción que Sara tomara para con su vida, sería para ella la más acertada; además, los suyos la sabían, suficientemente responsable de todas sus acciones y tenían la completa certeza que no se equivocaría.
Ella pretendía dormir pero, se lo impedía su alborotado corazón. Era tanta la dicha que la invadía que, dormir – pese a estar cansada del trajín del día – no era su prioridad más urgente. Como no podía conciliar el sueño, ya de madrugada se levantó y se puso frente al computador.
¿Y qué hizo?. Buscó en Google.
¿Qué buscó?. Lo obvio y más lógico, bajo esa situación: “GRAFICAS GIRÓN” en Venezuela.
Y allí los resultados de la búsqueda, le trajeron el link hacia una linda página del hombre que le había arrebatado el corazón; éste nunca le había comentado de esta web pero, como quiera que ahora el mundo, gracias a la tecnología, se ha convertido en un pequeño pañuelito, Sara, de pronto tuvo ante sí toda la información que estaba buscando.
Era un web sencilla, pero con un contenido importante. Allí se podía ver con toda claridad todos los trabajos que la empresa gráfica de Gabriel podía hacer y, la colección de los libros que tenía editados. Toda esa información, con muchas fotografías e incluso, también estaban disponibles, para leer en línea, los prólogos e índices y algunos capítulos, de todos esos libros para que el lector pudiera conocer el contenido de cada ejemplar.
Mucho era el material que había por ver en aquella página; había fotos incluso de la maquinaria de la imprenta, detalle de todos los folletos en todo tipo de impresión, enfatizando la mayor parte del trabajo, en la edición de libros; que evidentemente, era la máxima ilusión de Gabriel: “ayudar a los jóvenes autores, sin grandes medios para poder darse a conocer”. Ellos, podían contar allí con este ángel imprentero, llamado Gabriel Girón, quien les echaría una mano amiga, a todas las noveles ilusiones de estos jóvenes literatos que se iniciaban en el arduo y bello camino de la literatura.
Sara, de este modo, supo un poco más de la vida profesional de ese hombre que sin conocerlo para nada; así todo, él fue capaz de conquistarle el corazón. Percibía, los sentimientos de Gabriel; era algo que se lo dictaba su más fina y aguda intuición.
Ciertamente, tendría que pasar mucho tiempo para tener la certeza total que la empatía, que se manifestaba, era mutua. A nivel de amistad, sin duda alguna, ya conformaban un tándem perfecto. Por lo tanto, el camino más directo al amor, ya estaba trazado; las huellas sobre el mismo, indudablemente iban a ir dejar marcas indelebles en el cielo, del universo, de sus vidas. Por la cabeza de Sara pasaban mil ideas; pero la que más le martillaba sobre el cerebro era: ¿cómo sería en realidad su amado Gabriel?.
Ella había cometido la “osadía” de confesarle su edad. ¿Sería él, en edad, presencia y esencia, el hombre que ella soñaba?.
¿Y si fuera un muchacho veinteañero?. Se seguía preguntando, a sí misma. ¿Que haría?. Pero cerraba los ojos; no quería pensar, más de la cuenta; era mejor sentir y ella era una convencida que el corazón jamás engaña, jamás se equivoca, por lo tanto ¿ qué más podía pedir ahora ?. Vivía llena de ilusiones y lo demás le salía sobrando.
¿Y quién, estando enamorado no se hace peguntas de esta índole?.
¡Nadie!.
Y Sara, tenía no solo éstas preguntas en su mente sino que a su vez disponía de las respuestas. Esta, precisamente, era la prueba. Ella se preguntaba y ella se respondía.
Su formación religiosa le servía mucho, en situaciones como ésta; y se aferraba a Dios con todas sus fuerzas.
Ella confiaba plenamente en los planes que su Padre Celestial tenía para ella día a día, momento a momento y sabía que Él, no le jugaría una mala pasada. Y si algo no deseable, se cruzaba en su camino, ese algo también sería un aprendizaje que estaba necesitando y que Dios, en SU inmenso e incondicional Amor, se lo estaba proporcionando.
Sara había permanecido más de diez años sin el que fuera el amor de su vida y, con callada resignación había aceptado el designio de su destino. Nunca forzó situación alguna por buscar un hombre o tener una compañía, con quien compartir las risas y las sorpresas de cada día; ella era lo suficientemente valiente e independiente, como para arremeter de frente con todas las responsabilidades que le iba suministrando la vida.
De igual modo, estaba convencida que, si llegaba otro hombre a su vida sería sólo por amor; nunca por otras necesidades como podrían ser el sexo o escaparle a la soledad, por ejemplo. Sara era una convencida que, el sexo, sin amor, era algo muy triste y banal; que debilita al alma y mancilla al cuerpo. En cuanto a la soledad, ella no le temía ni escapaba. Al contrario, estaba acostumbrada a su presencia. Y ambas se entendían a la perfección.
Amar por amor era algo que la cautivaba; estaba convencida que, enamorada, se entregaría por completo al hombre que la amara y deseara con pasión y también, tan solo por amor. Fuera de este contexto, para ella, nada sería posible al respecto.
Sara anhelaba llegar hasta el amor y, de ese modo, el sexo o la compañía o cualquiera de todas las demás bendiciones que trae ese estado, sabía que se le darían por añadidura, casi como un premio más de ese inmenso regalo, que resulta del hecho de encontrarse con el verdadero amor ... Sólo una cosa empañaba todo su entusiasmo: ¿y si no se daba el amor .... cuán herida quedaría la amistad?. |