E l hecho de vivir enamorada no le impedía a Sara afrontar sus problemas de cada día. En esta ocasión, algo inesperado, comprometió su decisión como gestora de Recursos Humanos, de la empresa para la que trabajaba, como tal. Una empleada había sustraído dinero de la caja y la dirección de la empresa, debido a la pérdida de confianza en dicho personal, había decidido despedirla, no sin antes dejar que fuera Sara la que decidiera al respecto.
Ella gozaba del máximo respeto, por parte de la dirección, hasta el punto tal que, asuntos tan delicados como el mencionado, ellos – los directivos – dejaban que fuera ella la que tomara la última decisión.
La muchacha en cuestión se llamaba Margarita Rosas y se la culpaba de la sustracción de una importante cantidad de dinero, del encaje de su caja. El ilícito, lo descubrió una auditoría sorpresa del puesto y la cajera, al ser consultada por sus jefes inmediatos por el faltante, admitió que lo había tomado prestado – sin el consentimiento de ningún responsable de la empresa – pero que su intención era reponerlo a la brevedad. Y no dijo más nada. Tan sólo enmudeció y no atinó siquiera a defenderse, expresando al menos una mínima justificación.
El futuro de Margarita quedaba entonces ahora, en manos de Sara que, con el beneplácito de la empresa, daría como buena la decisión que ella tomara al respecto de dicha empleada. Sara al enterarse de todo el episodio, se entristeció muchísimo, al punto de sentirse verdaderamente abrumada ante la decisión que tenía que tomar.
Ante todo, y como primerísima cosa, quería hablar con Margarita; siempre se le debe de dar una oportunidad para defenderse a todo aquel que se le imputa un delito, aún cuando éste hubiese admitido el ilícito y sobre todo si demuestra arrepentimiento; de esto sabía Sara más que nadie.
Hacía pocos días se había visto envuelta en aquél Jurado Popular y, como los hechos demostraron, de ser por las irrefutables pruebas, por poco hubieran mandado a cadena perpetua a un muchacho que, pareciendo culpable, en realidad resultó inocente. Acordándose de dicha circunstancia, Sara quería escuchar a Margarita, sobre todo porque ésta, luego de admitir el hecho, bajó su mirada, cerró su boca y no emitió ni el más leve sonido en su defensa. Y sobre todo, porque no fue consultada ella, sobre la forma de inquirir a la empleada. Ella, no aprobaba bajo ninguna circunstancia, los métodos coercitivos, que los jefes de la mencionada cajera, habían empleado.
Para la dirección de la empresa, la cosa estaba clara, ella era culpable de la sustracción del dinero, sobre todo, porque así lo había admitido; pero aún así, Sara quería escuchar la versión de la imputada. Porque estaba al tanto de la manera, poco delicada como fue increpada y porque Margarita, siempre fue un personal, muy bien predispuesto, para cualquier tarea que se la convocase. Es más, ese puesto de cajera, que la metía ahora en tan graves problemas, ella lo estaba desempeñando de manera temporaria. No era su puesto habitual. Pero, hubo una ausencia inesperada y, dado que siempre ella, demostró ser tan voluntariosa para todo, incluso para cuando se la convocaba a realizar horas extras en días que ningún otro empleado estaba dispuesto a hacerlas, se le ofreció esta posibilidad – que implicaba una mejora en sus ingresos – y se la capacitó de urgencia, para ello. Y ella aceptó el desafío, y rápidamente aprendió lo necesario para cubrir la emergencia de ese puesto. Y se le ofreció esta posibilidad, sobre todo, porque gozaba de una gran confianza, por parte de sus superiores.
Con todos estos hechos y circunstancias en la balanza de su pensamiento, Sara la llamó, a su despacho para conversar.
- ¿Cómo pudiste sustraer el dinero, Marga?. Es más, ¿por qué lo hiciste?. No encuentro una respuesta coherente al asunto y, por favor, quiero que tú me lo digas. Me siento muy triste porque, como adivinas, la dirección de la empresa me pide que te demos la carta de despido y por supuesto, que te exijamos la devolución del dinero antes de que demos parte a la policía.
Antes de pronunciar palabra Margarita rompió a llorar y se abrazó a Sara. La chica estaba desolada.
Su llanto era inconsolable pero tenía ahora, en este momento, su única oportunidad para defenderse. Sara, se la estaba brindando.
- Doña Sara – dijo Margarita – lo hice sin querer. Es cierto que antes de cometer la barbaridad que hice debería de haber conversado con usted. Le juro que el móvil que me impulsó a tomar prestado sin permiso ese dinero no era otro que poder pagar unos gastos médicos de mi hijita enferma; está muy malita, está internada y no tenía ya más dinero del sueldo pasado, incluso hasta había sacado un adelanto grande, del próximo a cobrar, para pagar esos estudios que le tienen que hacer mañana para, poder curarla, y usted sabe cuál es la política de la empresa en materia de adelantos. No podía sacar ya, más nada a cuenta. ¿Qué hacer Doña Sara? Estaba desesperada e hice ... ¡lo que no debía! ... ahora lo tengo claro, pero le juro que iba a devolver ese dinero, tan sólo era por un par de días, hasta la semana entrante, en que mi padre cobraría su jubilación y me iba a ayudar con esos gastos. Allí la tengo a la niña, en el hospital y puede usted venir a verla cuando quiera, y comprobar que no le estoy mintiendo. Estoy desolada. ¿Cómo pude cometer semejante desatino?. ¡Ni yo misma lo entiendo!.
¡Le suplico que me perdone; por lo que más quiera, no me deje sin el trabajo Doña Sara!, que como usted sabe es mi único sustento; el mío y el de mi hijita.
Desde que me separé de mi marido no tengo otra clase de ingresos; ¡por Dios, le suplico que tenga piedad ante mi acto tan miserable! Pero estaba la salud de mi hija en juego y no supe reaccionar correctamente; es cierto que, ante tan grande problema, alguna otra solución válida debería de haber buscado; pero me ofusqué, perdí la razón y cometí ese delito.
-Has logrado que se me hiele la sangre en mis venas. Mi razón me pide despedirte, así, sin más; pero mi corazón me pide que te ayude ante tan grave problema que has tenido y este tremendo lío, en el que te has metido. Tus palabras me han conmovido pero, por Dios, ¿por qué no me pediste a mí el dinero o a la empresa?, tanto ésta como yo, te hubiésemos ayudado. Has cometido el peor dislate de tu existencia y, por humanismo, te juro que trataré de convencer a la dirección para que no te despidan. Haré todo lo que pueda para ayudarte, pero júrame ya, en este mismo acto que no volverás a cometer semejante tropelía, jamás.
Respecto al dinero, para evitar males mayores, yo te lo presto y, mañana, a primera hora te presentas aquí para devolvérselo al gerente. ¿Te das cuenta que yo pude haberte prestado este dinero “antes” y, nos hubiésemos ahorrado ambas, todos estos problemas?. Quiero que sepas que me metes en un brete tremendo. La dirección confía mucho en mí pero, ¿perderé el crédito que me han dado por ayudarte?. Espero que esto no ocurra; porque recuerda que, como tú, yo tampoco podría vivir sin mi trabajo. Soy una asalariada más; quizás de más nivel, pero trabajadora al fin y al cabo.
Júrame Marga que esto no volverá a ocurrir; ¡júramelo por tu hija! que, como dices, se está reponiendo de su dolencia en el hospital.
Tú suerte Margarita, no ha sido otra que el fin para el que utilizaste dicho dinero. ¿Qué piensas tú, qué debería hacer yo, ante tu problema?. |