S ara había quedado feliz y dichosa tras haberle escrito a Gabriel. Su semblante la delataba. Ella, había tratado de ser educada, prudente y cariñosa, procurando que Gabriel no descubriera todo lo que en verdad ella sentía por él. Sara no sabía las razones de todo lo que le estaba pasando, ni se las preguntaba, pero sí sabía que este hombre la tenía atrapada en lo más hondo de su corazón. ¿Magia? ¿Milagro? ¿Coincidencia? ¿Destino? Muchas eran las preguntas que se hacía al respecto. No encontraba respuesta; tampoco quería encontrarla como muchas veces se había dicho para sí misma. 
El sueño que anteriormente había tenido al respecto junto a Gabriel le terminó de certificar lo que en realidad estaba sintiendo. ¿Se hacen realidad los sueños? Ella estaba convencida que era cierto, aquello que sueñas, al final, lo gozas por completo. Y Sara ya lo estaba gozando. Lo que estaba sintiendo no tenía parangón ni mucho menos explicación. Deseaba con todas sus fuerzas pedirle una foto al hombre, pero le parecía premeditado. ¿Cómo sería? ¿Qué edad tendría? En realidad, las preguntas que nos hacemos todos al respecto de una situación como la vivida por ambos.
Pero sí, de forma sutil, este era el siguiente paso cuando le escribiera a Gabriel; pedirle una foto. No podía vivir con semejante incertidumbre. Necesitaba conocerlo. En el sueño lo halló de lo más lindo. ¿Sería en realidad como lo conoció en el sueño?. Esa duda quería despejarla por completo. Sara sospechaba que Gabriel estaba sintiendo algo muy lindo también, pero solo era un presagio; ella, en cambio, sí sabía lo que por él anhelaba. En pocos días su mundo había cambiado; todos le denotaban la dicha que sentía y, lo que es mejor, la que trasmitía por allí por donde andaba. Su corazón parecía un caballo desbocado; todo se le iba de las manos y no podía frenar. 
¿Qué más puedo pedir de un hombre que ha sido capaz de darme paz? Esta era la pregunta que ella se hacía y que, en realidad, disipada todas sus incógnitas. Desde que enviudó jamás había encontrado un hombre en su entorno que le hiciera sentir todo lo que ahora gozaba. Si, definitivamente era todo un milagro. Los hombres con los que se relacionaba, tanto en el trabajo como en su vida personal, nadie la había subyugado como este hombre anónimo que, sin conocerlo, ya lo estaba amando. Hasta pensó acudir a un psiquiatra; no era normal lo que estaba viviendo y mucho menos sintiendo. Ahora, a su “edad” se estaba enamorando, lo que viene a demostrar que el amor no sabe de edad, ni de raza, ni de condición.
Sara era feliz y quería gritárselo al mundo. En este mismo día se recreó fabulando una historia de amor para su página; allí narró lo que estaba sintiendo. Se inventó los personajes, pero éstos no eran otros que ella y Gabriel. “AMAR, AMOR.”, este era título que le puso a su narrativa; es cierto que, sus artículos todos versaban sobre el amor, el tema que siempre la apasionó; claro que ahora, mayor era la razón para contarle al mundo, la dicha que ella estaba gozando. No tuvo que hacer esfuerzo alguno, le broto de lo más hondo de su ser y, con toda seguridad, aquella narración sobre el amor tendría la respuesta que ella anhelaba; sobre todo era un canto desgarrado a favor de Gabriel; esa era su idea y, de alguna manera, hasta lo escribió para que él entendiera el mensaje subliminal que le estaba mandando, vía universo. 
Eran muchas las emociones que sentía; todas inexplicables y fuera de toda lógica, pero que le aportaban una sensación tan bella que jamás antes había sentido. Definitivamente, el amor puede romper cualquier barrera, lo que a ella le sucedía, era el claro ejemplo. A sus cincuenta y dos años se sentía como una quinceañera; estaba sintiendo ese hormigueo interior que, sin duda alguna, es el detonante de una mujer enamorada.
Le mantenía la ilusión por recibir de nuevo las letras de Gabriel; era ya un deseo para su alma y un relax para su bello cuerpo. ¿Sentiría él lo mismo? Esta era la pregunta que Sara se hacía a diario; por encima de todo deseaba gritárselo pero, ¿sería prudente hacerlo sin conocerle a fondo? Ella estaba dispuesta a todo. ¿Cómo no estarlo si vivía enamorada? Se contenía en sus deseos por el mínimo resquicio de cordura que pudiera quedarle pero, por si fuera por ganas no querría.
Ciertamente, lo que se dice cordura le quedaba poca; podía más su corazón que su cerebro y este era el detonante de su locura. “Procura que tu corazón no desborde tu razón, sería algo así como estar al borde de la locura”, decía Oscar Wilde y, este era el caso de Sara; le desbordó su corazón y se olvidó de su razón. ¿A quién hacerle caso? |