R umbo a su casa, arrastraba Sara consigo, la enorme responsabilidad que el municipio le había endilgado. Envite que asumiría como todo lo que hacía en la vida, con amor y con la mayor de las entregas que, llegado el momento de actuar como miembro de ese jurado, vaya a ser capaz de dar. Así es como, había decidido asumir la presente situación. Y de esta postura, Sara no se movería.
Una vez ya en su casa, prendió el ordenador, revisó todos sus correos, y ¡abalado sea Dios!, allí estaba el que ella esperaba.
Durante el momento en que se abría dicho correo, sus ojos se humedecieron y brillaron al son de la emoción que sentía. Era una mezcla de ilusión e incertidumbre que la dejaba llena de expectación ante lo que su nuevo amigo pudiese allí decirle.
Como siempre, dicho correo, lo dejó para el final; pues le gustaba saborear despacio, aquello que la emocionaba y por supuesto, sin ninguna otra distracción que pudiese alejarla de esas, “presumibles exquisitas”, letras.
Cuando terminó de escribir a sus amigos de la red que, en esta ocasión, para su fortuna, no fueron muchos; se dispuso a leer el correo que ella había estado esperando con tanto ahínco. Aquellas letras, de alguna manera, le certificaban a Sara la autenticidad de aquel señor que, con un respeto desmesurado y atenciones entrañables se dirigía de este modo hacia su persona:
“Mi admirada Sara:
Ayer me quedé triste al no recibir sus letras. Se que solo me queda pedirle disculpas y saberla entender; ya que imagino que usted tendrá cientos de cosas por hacer y, perder su tiempo en mi persona le resultará casi un imposible; desde luego, de contestarme usted sepa que ese hecho a mí, me parecerá un milagro.
No me queda otra opción que mostrarle de nuevo mi gratitud y toda mi admiración; le reitero que sus narraciones me siguen cautivando y, gracias a usted mi vida ha cambiado de rumbo; le pareceré quizás poco sutil o delicado, llámelo como usted quiera, pero alimentó usted mi alma y eso no tiene precio, de ahí todo lo que por usted siento.
Sí me gustaría mucho tener un contacto más íntimo con usted, sencillamente, para aprender a su lado. Es decir, yo sería feliz saboreando el manjar que para mí supondría sus contestaciones a mis correos, siempre y cuando su tiempo se lo permita.
Ahora mismo, señora, se que estoy abusando de usted; soy consciente de todo el tiempo que le estoy robando y le imploro me perdone. Es usted una persona importantísima para mí, mientras que yo, tan solo soy un humilde trabajador, que anhela aprender de usted tantas cosas bellas. Y digo bellas por todo lo que usted le ha mostrado al mundo en su página que, desde el comienzo hasta el final, rezuma belleza por los cuatro costados.
Imagino, Sara, que tendrá usted admiradores por doquier; casos como el mío los tendrá a montones y a diario y, responder a todos se le hará casi un imposible; pero yo no le pido demasiado; sino tan solo que de vez en vez, cuando quiera y pueda, me escriba. Si eso llegase a ocurrir, entonces yo me sentiré un hombre, enormemente feliz y dichoso.
En estas letras, Sara, le entrego lo único que puedo darle y eso es este cariño inmenso y, lleno de ternura y admiración que por usted siento.
Deseo que Dios la siga bendiciendo.
Suyo, siempre.
Gabriel Girón.”
Al concluir de leer el e-mail, la cara de Sara era un poema de la felicidad que estaban sintiendo, algo increíble y mágico. Y, para sus adentros, hasta pensaba si en verdad no habría enloquecido. Gabriel Girón, en dicho mensaje, le entregaba respeto y admiración, valores tan perdidos en la sociedad en la que vivimos que a Sara le sonaban como el más bello de los piropos. Ella, sin tener muy en claro las razones, de porque lo hacía, comparaba aquellos correos de Gabriel con el resto de los correos de sus otros admiradores y, notaba una enorme diferencia; en el trato, en el respeto, en la admiración; todo en este hombre le resultaba diferente a cuantos correos hubiere recibido hasta el momento que, para su fortuna, se contaban por miles.
Era ya muy tarde y el cuerpo de Sara se sentía cansado. Habían sido muchas las emociones vividas durante todo el día y, bien entrada la noche, casi ya de madrugada, su cuerpo le pedía descanso. Pero ahora, antes de irse a reclinar en los brazos de Morfeo, le contestaría a este amable venezolano, ya que ahora le parecía, casi un disparate, no responderle a este hombre que de tan linda manera, le había ofrecido su amistad y su respeto. En realidad, deseaba con todas sus fuerzas corresponderle. Se le cerraban los ojos por el sueño que tenía, pero su corazón se sentía muy despierto, al pensar que le iba a escribir a Gabriel. No se demoró más y dejó que fluyeran sus palabras.
“Querido Gabriel:
Ante todo, por favor, permíteme tutearte, será más cómodo para ambos; y si bien soy yo, la que ahora te estoy faltando el respeto, al tomarme este atrevimiento de ya tutearte sin esperar por tu consentimiento, quiero contarte que de este modo me siento más cómoda para “conversar” contigo y, segura estoy que a ti te sucederá lo mismo.
Si así no fuera, no dudes en remarcármelo que inmediatamente volveré al trato formal.
Te cuento que me he sentido muy gratificada al leer tus letras; eres un hombre admirable; me llenas elogios que no se si en verdad merezco, pero ha sido tu forma respetuosa de proferirlos la que me ha vencido. No tengo rubor en confesarte que palpo ya tu amistad, esa que tan amable me ofreces y que yo estoy dispuesta no solo a recibir sino también a corresponder.
¡Gracias por tus lindas letras y tus buenos deseos!
Te mando mi cariño y un lindo beso para ti.
Dios te siga bendiciendo a ti también.
¡Hasta pronto!
Sara |