U n contratiempo truncaría todos los planes de Sara que, en estos momentos. estaba viviendo un ensueño desmedido.
Mientras esperaba con ilusión las palabras del hombre que la había ilusionado; recibió en este día, una carta del Juzgado de la Municipalidad en la que, por un sorteo judicial, se la nombraba miembro de un Jurado Popular.
Cuando menos se lo esperaba, se veía ahora teniendo que formar parte de un Jurado en el que, doce personas ajenas a todo lo acontecido que se juzgaba en el tribunal judicial tenían a la brevedad, que usurpar la decisión más importante que jamás iban a tomar en su vida, como era la de dar un veredicto de culpabilidad o inocencia.
Ésta sin lugar a dudas era una decisión trascendental, ya que iban a decidir en torno a la condición de libertad o no de un muchacho que - según los “autos caratulados” del caso que les habían encomendado – había cometido un homicidio en primer grado agravado por el vínculo. Éste muchacho, supuestamente, había matado a su padre y, era este y no otro el difícil caso que tenían que juzgar.
Para ella, su designación como miembro de tal Jurado Popular era un auténtico drama. Anímicamente, sentía que no era el momento indicado en su vida para ejercitar su poder de discernimiento, justicia y decisión sobre un asunto tan grave y delicado. Y a su vez, sabía que no podía negarse; había sido legalmente designada y, según las leyes de su país no podía recusar el nombramiento, salvo que mediare alguna causa justificada y debidamente documentada, de la que evidentemente carecía. Por lo tanto, tenía que cumplir con el deber público que su ciudadanía costarricense, le demandaba. No le quedaba opción.
Una vez personada en el Palacio de Justicia de San José, tanto a Sara como al resto de sus compañeros se les entregó toda la documentación respecto de dicho juicio, junto con una copia de su expediente. Tendrían una semana para estudiarlo, repasarlo, y constatar todo lo que consideraran necesario, luego mediante la ayuda de un letrado, que les asignaba la justicia y que los asistiría jurídicamente en materia legal y penal, deberían tomar la decisión, en la fecha prevista y determinada por el Juez, expidiéndose con un veredicto al respecto. 
Sara, ciertamente, estaba aterrada. No daba crédito a esto que le estaba sucediendo. En el juzgado se le asignó el número diez, como miembro de ese Jurado Popular, que daría el veredicto sobre esta causa penal del estado Municipal contra el muchacho supuestamente parricida. En sus manos, y en la de sus compañeros estaba la vida de este joven, casi adolescente. Podían declararlo culpable y, en dicho acto, llevar a cadena perpetua a un inocente; o, en su caso, declararlo inocente y dejar a un asesino, suelto en la calle. Por lo tanto, era una difícil decisión, que concitaba una responsabilidad inusitada en su vida.
En Costa Rica, se liberaba a los jueces de dar dicho veredicto para dejarlo en manos de doce personas que, sin mayores argumentos que los hechos relatados en los “autos caratulados”, tendrían que decidir en base a ellos, nada más ni nada menos, si el imputado era CULPABLE o INOCENTE.
Este nombramiento, detenía casi en seco, los ensueños de Sara.
Y aparte de este imponderable con el que hoy se había desayunado, ella no olvidaba que además debía organizar –para cuando no estuviera disponible– todo el trabajo que llevaba a cabo en la empresa. Ya que, si bien la ley la exoneraba de cumplir con sus tareas laborales habituales, su responsabilidad, no le permitía dejar cabos sueltos, sin delegarlos previamente en otro personal, de manera que la empresa para la cual trabajaba, no se viera afectada por su inevitable e inesperada ausencia.
Eran muchas cosas las que tenía que prever.
Esta carga pública, intuía que le iba a terminar pesando como una losa de mármol.
Ella presagiaba que, durante todos los días de dicha semana, hasta la fecha del juicio, tendría que reunirse con sus compañeros para estudiar el caso.
Era un verdadero drama, este que le pusieron en sus manos y en la de sus compañeros, pero que con la ayuda de Dios, sin lugar a dudas, resolverían.
Ella de su parte, lucharía para que resplandeciera la verdad y se le aplicara al muchacho la justicia o la pena debida.
Sara era consciente que, las cosas, en cualquier ámbito de la vida no suelen ser lo que parecen; y si bien aquí, los indicios apuntaban al muchacho en cuestión, como el artífice de ese horrible asesinato; ella se preguntaba, ¿sería, en efecto él, culpable, del crimen que se le imputaba?
Esa sería la incógnita que a Sara seguro le quitaría el sueño, durante los próximos días, desde el momento mismo en que comenzase a meterse en el caso.
Todas sus lindas ilusiones, momentáneamente se opacaban, pero como ella era consciente de la responsabilidad con que debía asumir esta situación, dejaría temporariamente a un lado todas las demás cuestiones que consideraba secundarias, como podían ser sus relatos en la página e incluso, sus posibles futuras misivas con Gabriel Girón.
Tras haber ordenado todas sus ideas al respecto de estos últimos acontecimientos que se habían dado cita en su vida, ella igual anhelaba, poder llegar a casa, aunque mal no fuera tan solo para poder chequear su correo electrónico y ver si el hombre de sus ilusiones le había escrito o no.
Su corazón, en este instante inevitablemente pujaba más fuerte que su razón. Y ella, lo dejaba, luego llegado el crucial momento, de meterse de lleno en este caso, ella pondría a ambos en el mismo tiro a trabajar por igual, porque eso era lo que su consciencia le demandaba. |