A l otro día Sara, se levantó bastante temprano en la mañana.
Antes de irse al trabajo tenía que hacer algunas cosas en su casa. Ninguna muy importante, pero si necesarias. Como por ejemplo, regar las plantas – se presagiaba un día de intenso calor -, planchar un par de blusas que ese día iba a usar y de estar colgadas en el placard se le habían arrugado solitas y luego hacer algunas compras que su madre le había encargado, ya que a la tardecita pasaría un rato por la casa de ella, a visitarla. Y ese día, además, debía llegar un rato antes al trabajo porque había citado a una joven, para entrevistarla para el puesto de cajera y lamentablemente, a causa de los horarios disponibles de la muchacha, no había quedado más remedio que entrevistarla media hora antes de su horario habitual de ingreso a la empresa, pero como presagiaba que si la situación cuajaba, esta joven sería un buen elemento para Cosmeting, accedió a esa excepción del horario de entrevista.
A veces, lo que cuesta, vale.
Eran, por lo tanto, varias las cosas a coordinar y hacer antes de marcharse para el trabajo.
Se preparó un café batido, exprimió un par de naranjas, untó unas tostadas con mermelada de durazno y se dispuso a desayunar.
En eso, escucha a su perro ladrar. Había llegado el diario. Fue a buscarlo. Le echaría una ojeada mientras desayunaba.
Al volver, desplegó el periódico sobre la mesada del desayunador y comenzó a leer a vuelo de pájaro los titulares. Muerte y cholulismo, automáticamente los salteaba. Y sólo se detenía unos segundos en algún que otro artículo de su interés.
Los que hablaban de la crisis económica global, le interesaban, porque sabía perfectamente que toda crisis económica –desgraciadamente– sobre el tema empleo, siempre trae consecuencias y por lo general, no muy buenas.
El hilo siempre se corta por lo más débil, dice el refrán. Y lo más débil siempre suelen ser los trabajadores, que prontamente se convierten en variables de ajustes paliativas de toda crisis que conlleve reducción y recorte de gastos. ¡Cómo si eso globalmente repercutiera en soluciones! Ya que lo que se regule en lo económico siempre trae repercusiones en lo social. Es inevitable. Ya sea que lo resuelto, haga su repercusión, para bien o para mal. “Repercusión” traerá, porque son variables complementarias.
Mientras estaba en eso, es decir leyendo un artículo que hablaba de la crisis en España, Italia, Grecia y Portugal y cavilando como terminaría todo aquello afectando a Costa Rica, siente el sonido característico, de un e-mail entrando al cliente de correo de su notebook.
Una ansiedad repentina, la embargó.
¿Será un e-mail de él?.
No se iba a levantar a ver hasta no terminar de hojear el diario y desayunar, pero no resistió y despacito, con la taza en la mano y bebiendo cortitos sorbos de café, se acercó entre tímida y cautelosa a la notebook que estaba encendida, sobre la mesa del comedor.
Pasó su dedo sobre el touchpad, para que se iluminara la pantalla y luego su huella sobre el lector, para que se abriera su sesión.
¡Demonios!
¡No era lógico ni normal!, que sintiera semejante ansiedad ante la posibilidad que fuera un e-mail del susodicho sujeto “ desconocido “ – si se quiere – ya que en definitiva, ¿qué sabía ella de él, más que lo que él le dijo, que era venezolano y editor, que escribía dulce y bonito, y que a ella le gustaba que le escribieran así?
Evidentemente, no estaba pensando claro. Era una chiquillada y una estupidez lo que estaba sintiendo, pero igual abrió el correo ...
¿Le habría escrito él?
¡No! ... ¡Maldición!. No.
No era un e-mail de él. Tan solo era un e-mail de la lista de suscripción de RRHH de InterManagers que recibe todos los días.
¡Dios, cómo le hubiera gustado que hubiese sido otro e-mail de él!
¿Habría hecho bien en no escribirle, inmediatamente, la noche anterior?
Sí, seguro que sí. Debía darse su lugar. Ella no era una cualquiera. Y tampoco era cuestión que él pensase que en definitiva ella era alguien “muy fácil de conquistar”.
Si quería ser su amigo, el “venezolanito”, tendría que esforzarse un poquito más.
Bueno, ¡basta de pensar tonterías ! – se dijo -.
Cerró la notebook y se puso a hacer las cosas que tenía que hacer. También recordó que tenía que llamar a “San José Empleos Eventuales” por el técnico de laboratorio que estaban buscando con urgencia. Raúl Winkler, el gerente de producto, le había dicho que llamara a las 9:30 hs y hablara con su secretaria que algo había conseguido.
¡Por fin!, ya que esa búsqueda se le había tornado a ella bastante complicada, dado lo específico del puesto. Las fuentes de recursos especializados, siempre son muy escasas en Costa Rica.
Regó las plantas, planchó las blusas, hizo las compras para su madre, realizó la llamada y se fue rauda, para su trabajo. Contenta porque al técnico de laboratorio, en verdad, ya lo había conseguido. González, el jefe de laboratorio, dejaría de torturarla con su requerimiento. Si había una persona altamente insistente, cuando necesitaba algo, ¡ese era González!. Él y el señor Houssay, gerente de la regional IV, eran dos personas que cuando necesitaban personal, había que solucionarles la situación “ya“. Ellos, nunca pueden esperar ni un solo día sin contar con su plantilla completa.
Y si bien en este país hay desempleo, parece mentira -aunque en el fondo es lógico- cuesta horrores a veces, conseguir personal altamente calificado, como los que exigen estos dos sujetos.
Y así, entre las cosas del trabajo, a Sara se le pasó el día, pero no hubo momentos en los que su atención estuviera libre y, en los que ésta no volviera hacia Gabriel Girón y no pensara en si él, le habría escrito o no.
En el fondo, Sara, sentía como pena; o más bien, algo así como una especie de sentimiento de culpa por no haberle respondido a este probable amigo venezolano que tan respetuosa y cariñosamente le había escrito; ella había esgrimido sus atributos de mujer para comprobar el interés de dicho sujeto ante su persona. Pero deseaba con todas las fuerzas de su alma, llegar a su casa para comprobar si dicho “futuro posible” amigo le había escrito nuevamente. Esa ilusión la llevaba prendida dentro de su corazón. Lo callaba, claro, pero hubiera querido poder gritárselo al mundo. Sentía una linda y dolorosa felicidad al mismo tiempo, del tipo que despierta la incertidumbre, la dulzura y el misterio. Y, es muy cierto, que ya se había dejado muy en claro a ella misma que, si llegado el momento de chequear e-mailes, a la noche en su casa, comprobaba que este hombre no le había respondido, sería ella la que le escribiría la respuesta adeudada. Tocaba ahora, esperar los “acontecimientos”.
Sara sentía que al no contestarle inmediatamente a este hombre, había hecho una pequeña “maldad”, pero pronto, ni bien comprobase que podía estar un poquito más segura de su interlocutor, trataría se transformarla en la más bella de las bondades. |