E ra una noche cualquiera en la que Sara había llegado a la casa cansada por todo el trabajo desarrollado en la jornada. Sin embargo, pese al cansancio, ponerse a revisar su correo le producía mucha paz porque siempre encontraba alguna palabra que la reconfortaba. Eran, intercambios breves entre ella y sus lectores, pero eran mensajes llenos de cariño y respeto que ella apreciaba.
Uno de los últimos trabajos que había colgado en su página, había tenido mucha aceptación; cientos de personas lo habían visto y leído. Su última narración, AMOR SOÑADO, había despertado el interés general, algo muy normal en el mundo en que vivimos, que tan carente está de amor y de ternura. Sara había sido capaz de extrapolar al mundo sus sentimientos, sus propios sueños y con ello había conquistado muchos corazones. Cierto es, que esto se debía a su naturalidad a la hora de narrar, y con ésta virtud, era con la que contagiaba a cuantos la leían. Era su don, una gracia que Dios le había dado pero que, sin duda alguna, ella no se había percatado, ni jamás le dio importancia. Sara se dejaba guiar por sus ilusiones y éstas aparecían en sus letras como gotas de lluvia que alimentan las flores. 
Como siempre hacía, antes que nada, se daba una vuelta general por sus sitios de interés en Internet, para interiorizarse de la actualidad en el mundo; era sin lugar a dudas, una deformación profesional, por aquello de estar al día, en cualquier momento de su actividad laboral. Como, eran muchas las personas con las que se trataba cada traía día y, ante todo, su cultura general, al margen de su formación universitaria tenía que estar a la altura de quienes trataba. Una vez “empapada” de todo aquello que le interesaba, comenzaba a revisar entonces, su correo personal. Había muchos correos en su buzón aquella noche. Y no le quedaba más remedio, que empezar por el principio y, aunque de forma breve siempre contestaba a todos ellos. Era su costumbre. Y lo hacía con ganas, con educación en el trato y tratando de ser muy amable con todo el mundo.
Entendía que si una persona se había tomado la molestia de leerle y, de contestarle, ella –como mínimo- tenía que agradecerle por completo semejante deferencia. Amor con amor se paga, - pensaba Sara para sus adentros -.
En el último de los correos de aquella noche apareció un titular que le impactó: “Sublime, señora”.
Y decía cuanto sigue:
“Señora Sara:
Ha sido sublime todo lo que usted ha escrito; si todas sus narraciones me han llegado hasta el fondo de mi ser, en el día de hoy, AMOR SOÑADO, me ha conmovido. Ha sabido usted tocar mi fibra más sensible. No tengo palabras para agradecerle, todo lo que me ha hecho sentir. Soy su admirador desde el primer día en que publicó usted su primer escrito, pero de forma humilde, me sentía muy “pequeño” para dirigirme a usted; una persona talentosa, de enorme cultura y de gran poder de convicción cuando escribe.
Permítame que le muestre mi cariño, mi admiración y quedo a su entera disposición para todo aquello que usted pueda necesitar de mi humilde persona. Sepa usted que me ganó el corazón; sus letras, como le digo, me han conmovido.
Mucho me gustaría serle útil, tarea casi imposible debido a mis limitaciones culturales pero, me brindo a su persona para - si es posible - serle de provecho en su linda tarea.
Que Dios la siga bendiciendo.
Desde Caracas, Venezuela, le saluda con afecto: Gabriel Girón.”
La carta citada dejó expectante a Sara. Algo había entre líneas que la había dejado pensativa. Bien es cierto que el correo restante, como sucedía de forma habitual eran cartas escuetas para felicitarla y darle las gracias por los escritos que habían leído y de los que habían quedado felices. Sara había quedado emocionada con dicha misiva.
Es más, se marchó a la cama sin contestar aquel correo; lo hizo a todos los demás pero, habiendo dejado para el último lugar a Gabriel Girón y, dudando entre contestarle y no hacerlo, decidió la opción más ecuánime; era mucho lo que pretendía decirle, pero todo quedó en un “Muchas gracias, amigo”.
A Sara le apetecía razonar en la contestación de aquella carta hermosa que, viniendo de un desconocido, tanto le había cautivado. Hasta estaba convencida de que aquello podía ser el comienzo de una linda amistad, como ha sucedido en miles de ocasiones.
Se barruntaba algo hermoso, pero nunca podría sospechar Sara hasta donde podría llevarle la contestación de aquella carta; o quizás si lo sospechaba porque la dejó en el último lugar y no tuvo fuerzas para responderle; una especie de expectación mezclada con ilusión era la combinación perfecta para que el corazón le latiera de una forma acelerada.
La sangre corría por sus venas como un río desbocado en la búsqueda del ancho mar.
Aunque ella no lo supiera, comenzaba, en aquel instante, una nueva vida para Sara. |