D aba gusto entrar en la casa de Sara. Una vivienda sencilla pero, ante todo, era lo más representativo de un hogar; y era cierto porque allí, entre aquellas paredes, se adivinaba el amor; el amor que ella sentía por el mundo y por toda la gente que la rodeaba. Había siempre muchas flores por todas partes de la casa; su vicio, su pasión, eran las flores. Que la casa tuviera el mismo perfume que su linda persona era una obsesión. Cuando llegaban amigos o compañeros para visitarla por cualquier razón, todos quedaban admirados por su linda casa. 
Uno de los habitáculos de la casa era el referente de sus aficiones, los libros. Dicha habitación, con estanterías por todas las paredes, estaba llena de libros; allí olía a tinta, a papel; a ese papel enigmático en el que se escriben bellas historias para deleite de la humanidad. Como ella confesara, jamás estaría sola porque siempre, la acompañaban, sus “mejores amigos:” los libros. Junto a ellos se refugiaba en los momentos de asueto que, ocurrían cada noche antes de entregarse a los brazos de “Morfeo”. Sara dormía poco, pero leía mucho, razón de su cultura tan bella. Además de sus conocimientos en calidad de contadora y ser licenciada en ciencias empresariales, todo un logro para una mujercita de su época, eran los libros de poesía y literatura, los que la cautivaban y, como ella decía, los que a diario le enseñaban a ser mejor persona. La narrativa, como tal, a modo de novela, le impactaba; pero cualquier género tenía cabida en su mente y, por supuesto, en su corazón.
Más de una noche la pasó en vela, con un libro entre sus manos puesto que, atrapada por la emoción de su contenido, dejaba el libro para irse a la ducha y luego de ahí, directamente al trabajo. Lógicamente, eran las autores hispanoamericanos los que le llegaban hasta el fondo del alma; RELATO DE UN NÁUFRAGO, su novela preferida, se la sabía de memoria. Gabo la tenía conquistada por completo. Su obsesión como lectora era tanta que, que gracias a tan bella afición, podía escribir para narrar y dejar libres al aire, sus más auténticos sentimientos respecto de las bellezas de la vida que, cautivaban a sus lectores, del blog. Leer a los más grandes le había granjeado un estilo propio que ella esgrimía con inusitada pasión. Sus pretensiones al respecto eran muy sencillas, pero se emocionaba cada vez que un lector le correspondía con unas letras para felicitarla. Ella se consideraba una neófita en el tema, y sin pretenderlo cautivaba a los demás, razón de su éxito ante “los suyos” que, como ella decía, los suyos no eran otros que todos aquellos que la amaban. 
Extrapolar sus propios sentimientos y los de sus entrevistados a su blog, era el lujo que, diariamente, saboreaba su alma. Sara no era muy consciente de todo lo que producían, sus letras, ante sus semejantes. Y sin embargo, eran muchas ya las narraciones que tenía colgadas en su blog; además, todo estaba ordenado con exquisita prolijidad; ella lo tenía todo acomodado por temas, por fechas, por historias, por anécdotas; un lujo de ser humano que, como mayor inquietud, basaba toda su producción “literaria” en el amor, al que acompañaba con la bendita obsesión del bien hacer y, en su caso también, del mejor decir.
Como quiera que uno suele ser lo que los demás ven, Sara era admirada y querida también, por sus compañeros de trabajo. Muchos le pedían prestados libros y ella, ante ese hecho, mostraba siempre su negativa; porque luego, por lo general, cuando se presta un libro, se termina perdiendo el libro y muchas veces hasta el amigo, solía decir siempre. Bien es cierto que, como era muy generosa, no dudaba en regalarle ese libro a cualquier compañero que se lo pidiera prestado. Regalar era mejor que prestar porque cumplía la función filantrópica y su biblioteca no quedaba huérfana de sus mejores libros que, como tesoros cuidaba. Los que la conocían y trataban sentían el orgullo de poder contar con su amistad y con todo su cariño; parecía muy solitaria pero, en cuanto al trato con sus compañeros, su ternura era infinita; y, no es menos cierto que todo lo que pudiera suceder en su vida privada y en su corazón lo guardaba como el mejor tesoro; no era de expandir y contar sus emociones íntimas a todo el mundo sino tan solo “ lo contable”; su trato era afable y bello, pero siempre ofreciendo ese mismo respeto que recibía y entregaba, a su vez. Sara sabía que, respetando, sería siempre respetada. Y jamás se equivocó en dicho planteamiento. Si en la empresa tomaba decisiones importantes, en su casa y en su vida, éstas no eran de menor consideración. Un modelo de mujer para amar y gozar de su amistad y cariño. Incluso en las altas esferas de la empresa era muy querida; porque era una empleada que jamás enarboló su título para rebajar a nadie; ella amaba su trabajo y su anhelo era que todos hicieran lo mismo; no le importaba trabajar doce horas si la ocasión lo requería; lo que pretendía era que todo se hiciera correctamente y de ser posible, con amor. |